lunes, 13 de septiembre de 2021

El flautista de City Bell


EL FLAUTISTA DE CITY BELL

Ilustraciones y collage: 
Daniel Ponce

Mescolanza   /   7

Dibujos de tapa e interior: © Jorge Daniel Ponce
Diseño de tapa e interior: Florencia Giovanni
Cuidado de la edición: H. S. M.

Libros
de la talita dorada
ISBN 978-987-1918-11-9






A mis padres


PLAN B (BOURÉE)

Escribo sin ningún tipo de plan. 
A la bartola. Así, escribo. Dicen que se nota, 
que mejor compre una flauta.



Almafuerte

     Ojalá todo vuelva a ser como antes, escribió en el vertical derecho del hombre de la tapa, abajo, y se vino a regar mi pecho con sus lágrimas. En una antología el hijo poeta dejó en blanco el poema cien del padre poeta. Y nunca se lo perdonó, aunque la muerte lo alcanzó años ha. En sus poesías completas, los vates eran sabios y sus motes griegos anunciaban, desgraciadamente, las desgracias de los hombres. A mis desgracias, quise decir, para descamar en el amor de los peces la más horrible de las injurias. Ojalá vuelva en el ahora. Y tenga algo que decir a los niños que habitan en el barro. Ojalá, el alma se haga fuerte. Y no nos ataquen los lapachos rosas, amarillos y dorados por no haber cobrado más caro sus recetas norteñas. La corteza no alcanza para la infusión, cuestión de resistir al agua.


Animales

     ¿Han visto tendido en el jardín a algún animal llorar sus pecados? Veo el inundar de sus ojos en la gramilla acristalada. Una mujer queriéndolo alimentar con sopa de verduritas y especias. El pecado no es original, una copia inédita de madera de cajón de manzana. Durmió entre las paredes y creció hasta hacerse encima del pis y del olvido de una insistencia que nunca cumple sus promesas. Y ahí está el pobre. ¿Lo han visto? Cierren los ojos, imaginen un espejo. 


Antes de irme a dormir

     No puede ser. No, no puede haber un hombre de esas características. Se lo dije el otro día al acaparador de sueños ajenos, que con cara de naipe se marchó por la avenida de los que siempre regresan. A hinchar las pelotas, me dice la belleza que nunca me mira, mirando para otro lado. No sé qué hacer con estas cosas, ni con ese hombre. Se lo dije, pareció no escucharme. Eso me pareció, antes de irme a dormir, sin lavarme los dientes y con los pies y las medias heladas.


Árboles

     La zanja hace meses está anegada, una pérdida, algo subterráneo que intenta ser superficie. El palo borracho hace el cuatro perfectamente. Algunos fresnos, abedules, álamos y sauces, aferrados a la soledad acuosa, se deslizan hacia el este de la calle, no tan lejos del ancho río. No hay que descuidar sus raíces, imposible trasplantarlos cuando casi acarician el cielo. Lejanas tierras los esperan, piensan algunos vecinos. Muchos árboles se trasplantan, agregan. Esos árboles ahí nacieron, no hay que descuidar sus raíces. No hay que acumular botellas vacías en la vereda inhóspita.


Baldíos

     Desde hace un tiempo, habita una extraña mancha en la pared. La veo desde el interior de mi casa. La pared es una medianera. Da a un baldío. Nunca pisé ese baldío. Tampoco sé el origen de la mancha. Si bien la pared está un poco alejada del ventanal, digamos unos ocho metros y medio, no llego a percibir su naturaleza. No es de humedad, seguro. Ni la sombra de un pájaro petrificado. Es una mancha que nunca cambia. Sea la hora del día que sea, la mancha permanece inmutable. A veces, tengo el deseo de salir, y observarla mejor, pero la sensación persiste unos segundos, y enseguida retorna la cordura. También, en ciertos breves momentos, quisiera perderla, y ver, y ver realmente esa mancha que como escupitajo o asteroide desconocido está aplastada a la pared que da a un baldío.


Bendición

     Que se vaya ya, chillaron los herederos de las cacerolas del corralito de los monos. Nunca salves a María, ni un pedacito. Os vamos a desterrar, regañaron los cultores del culteranismo. Él dio crédito a los decires aunque la lluvia de billetes no animó a la muchedumbre de fragancias suaves y voluntad colérica hacia los delantales. Exigían más. Por ahora, un apart soleado a la derecha del Señor.


Calles

     Las calles suelen terminar. Un amigo dice que en bares, otro en una casa de intermitente luz roja, un tercero en un tala que viene de la infancia. Convengamos que los lugares donde las calles terminan pueden ser infinitos, o casi. A la sombra del paraíso estiro las piernas y sofocado tomo el áspero y putrefacto aire que pareciera llegar del norte, trato de darme impulso, y seguir caminando, al sur.


City Bell Again, Marianne

     ¿Te amé en aquellos días de rock y furia? Quizás estaba demasiado pasado en ese presente de cuerdas rotas. Me pediste caminar, los dos solos, por el West End, dejar esa habitación asfixiante de agujas. Tenías deseos de contarme, soplar al viento de tu infancia en Hampstead. Eras una chica tan bella, decías, viviendo en la miseria de la fortuna. Luego, iluminaste la historia de este siglo que ya es otro, y terminamos, riéndonos, y tarareando melodías de Ben Webster y una balada que no recuerdo. En estos años creciste con las bellas cicatrices del futuro. Yo, sigo igual, oyendo, aún tus palabras, mientras camino por una calle cualquiera de City Bell, ahora sí, creo, con un loco amor como todo recurso.


Con Melville de paseo por City Bell

     Aunque hubiese preferido no hacerlo, D. H. Lawrence escupió sobre la ballena y a nadie le importó. Llenó la bañadera con agua bien caliente y le agregó sales y exóticas hierbas, regalo de Jaime Rest que sentía culpa de un prólogo nunca realizado aunque prometido. Arabia estaba lejos, y la ballena muy ofendida se puso roja de tan blanca que era. D. H. tomó el celular de encima del bidé. Hizo una llamada. Rato después, y para terminar de contar la historia, Enrique Pezzoni llegó a la casa, subió las escaleras y desabrochándose el corpiño se introdujo en el agua de mar. Moby Dick se la desquitó con él que por motivos obvios nunca llegó a traducir la más conocida obra de Melville ni ninguna otra que se le pareciera.


Correos

     Los correos, casi siempre, no son deseados. Explican cómo cuidarse del frío un cinco de enero. O cómo el amor se hace durante horas sin derramar una sola lágrima. O cómo ocultar las marcas del viento y las contradicciones de un toque dado al pasar. Los correos no siempre son deseados. Una máquina nunca, ni con un sencillo me gusta, alimenta el deseo, y nuestro mejor mensaje, caído de un lugar sin ojos y sin manos y sin estrellas, suele ser un frío café con leche sobre el escritorio. 


Cuento

     Una novela demasiado larga
el poema.


De almendras y elefantes

     Un hombre en una habitación camina por la ruta de los desconsolados de la noche. Farfulla cabizbajo harto de los elefantes que se cruzan en su camino y patea a un costado haciendo barrito. Son muy trompudos. Se levanta y, sin encender la luz, pone dos almendras, una dulce y otra amarga, en sus zapatos de gamuza que ahora giran con un fuerte dolor a púas.


Después del ACV

     Semana de acompañar a Madre. Desayuno. Almuerzo. Cena. Pide queso. 
     –¡Quiero queso!, dice. 
     –¿Duro? 
     –Sí, duro, lo quiero. 
     –¿Tipo Mar del Plata? 
     –Queridito, ¿no podría ser de más cerca?


El arte de la pesca y el arte de abrir los ojos

     Una mujer salta al vacío. Ella cae, lenta, planeando, sobre el río. En ambas orillas, pescadores en busca de alimento unen sus redes, en superficie, media agua o solo oscuridad, para pescar a mujeres que saltan. Al vacío.


El comensal festeja con amigos

     Aquí yace 
una lápida 
vacía. 


El idiota


     Ser músico. Ese fue el sueño de mi vida. Aunque se quedó en eso, en un sueño. Todos sabemos, decía mi profesor de literatura, que los sueños, sueños son, y que dejan de ser sueños, eso decía mi psicoanalista, cuando ponemos la mayor voluntad en alcanzarlos. De esa manera se convierten en una meta. Y la mía fue ser músico. Pero si pensara esto estaría mintiendo. Y lo que es peor, me estaría mintiendo. Así que nunca tuve la meta de ser músico, sí el sueño. Me veía tocando la guitarra o la batería en una banda de rock. O formando parte de un trío de jazz como el de Bill Evans (por supuesto, sería el pianista) o soplando un saxo a lo John Coltrane. Nunca ocurrió. Los planetas se juntaron, y decidí cambiar de sueño. Y mi sueño fue ser un constructor de sueños, no un simple constructor, quería ser el gran constructor. Por suerte, además del sueño tenía la meta. No había día que no pensara en construir ese gran sueño. Hasta ahora no ocurrió. Y después de tanto tiempo y para ser sinceros, ni siquiera tengo ganas de comenzar la carrera.


El perro

     Lo tiró en el bosque de eucaliptos. Una costumbre familiar que trajo del más profundo Chaco. A la mañana, cuando aún la escarcha no se había disipado, se encontraba ahí, sobre el capó del 1100, con las patas tiesas y los ojos de vidrio. “Estos hijos de puta”, y lo agarró de las patas duras que ató con la soga para manear y lo llevó arrastrando hasta la quinta del loco Carlo, y lo dejó ahí, cerca del molino y de las higueras. Ese día salimos, a pesar del frío, sí, a pesar del frío, regresamos con leña seca del Pereyra, y la pusimos junto al hogar. Encendió el fuego, más bien lo avivó. 
     Esa noche preparó huevo batido con oporto y azúcar. 
     Esa madrugada, la pared del otro lado de la estufa se mantuvo caliente como la almohada y el colchón y las sábanas espesas. 
     Antes del amanecer tuve un presentimiento, y salí. Ahí estaba, encima del auto, bajo el farol de la calle que encendía la neblina, parapetado en sus patas, con los ojos amenazantes o suplicantes, no lo sé, esperando que silbara su nombre. 


El solitario


     Cuando no tenía nada para hacer (ocurría cotidianamente) se ponía a ejecutar un solitario en la computadora. Siempre renegó de este tipo de juego o entretenimiento; dentro de su concepto, hacer un solitario era lo más semejante a perder el tiempo, incluso que pensar en perder el tiempo. 
     Pero se terminó, dijo. 
     Dejó inconcluso lo que estaba escribiendo, salió del programa, y se quedó, frente al computador, barajando un imaginario mazo de cartas.


El tronar de las campanas

     El Loco no se parece a un loco, es lo más semejante a un ser normal, de esos que se levantan temprano a la mañana, ceban unos mates a la patrona, y luego de besarlas en la mejilla, salen al trabajo sin otra preocupación que la de cumplir con la familia. En verdad, el Loco, a simple vista, distaba lejos de serlo, y nunca rompía las pelotas; vaya a saber el por qué del apodo. Más allá de esto, el Loco estaba soberbiamente loco, nadie lo percibía, pero nadie. 
     Aclaro, no tengo enemistad personal hacia este tipo, aunque la verdad nunca tragué su omnipotencia. No, no vayan a pensar en envidia o celos, no, nada de eso, digamos que había en él algo molesto, como afeminado, como poco hombre. Llegaba al Campanario a la misma hora, una molestia inmensa esa espera. Acomodaba en el taburete su humanidad, apoyaba el brazo izquierdo en la barra y pedía lo de siempre. 
     Lo de siempre, decía. 
     Le gustaban demasiado las historietas, de ahí el modismo de galán dibujado. Las chicas, ansiosas, sentían una atracción no disimulada. Él, después del segundo vaso, las miraba, una por una las miraba, hasta que sus ojos de fuego se detenían en alguna de ellas, siempre distintas, bellas, jóvenes. La señorita caminaba como por una pasarela y se acurrucaba a su lado. Tomaban otra copa, reían, y, echando chispas, sus sombras desaparecían en uno de los agujeros del fondo. 
     Un día el Loco dejó de aparecer. Las malas lenguas de barrio Güemes contaron que un vecino lo ubicó, ya tirado, en una zanja, a pocas cuadras del Campanario, con los huevos en la boca. 


Ella

     ¿Qué hizo de mí? Una casa desbordada y desnuda. Sogas y tirantes, los cuatro climas, tempestades y aeropuertos, un domingo de sol en la laguna del desierto. ¿El nunca faltar? ¿El nunca sobrar? Aquello, no existe, existe ante la pregunta del devenir y se va, para dejar de existir. Cómoda y sencilla, cajones de ayer, ¿de mañana?, ¿el sendero equivocado? La casa es una tapia altísima coronada por una cruz de soplo. ¿Hay aire? Sí, y no. La respiración calma, se excita y ahoga y en silencio, abriga. Una casa de talas y espinillos. Una casa de arena. Una casa desbordada y desnuda. La casa no es el mundo. El mundo no es el hogar. Ella lo sabe, me lo está diciendo. No sé si creerle. O sí, no sé.


Erik Satie en la antigua ciudad

     En la antigua Ciudad, hermosos jóvenes desnudos bailan en la sacudida etérea de silencios pulverizados en la narrativa de las notas. No, no estamos, aún, en abril de 1888 y la radio pasa un par de versiones. En el uno y el tres Debussy orquestó los cuerpos en la danza de la belleza. En el uno, la poesía del dos inicia la vaguedad de los sentidos en el fortalecer de la dicha. Un viento inmenso deja de soplar, y, en la entrelinea, la fisura del deseo.


Estufa

     El Primus de Arlt junta polvo en el altillo que está encima del baño. Cuando lo comento, nadie lo cree. De que sea el Primus de Roberto Arlt. Les cuento la historia, y no sé si termino de convencerlos, pero genero una duda razonable. Dura nada, luego de la distracción, la conversación continúa su cause natural; en mi círculo más íntimo, a nadie le interesa la literatura.


Ferias

     Acabo de llegar a casa y llueve; entro un cajón, pequeño, con verduras, hortalizas y frutas. Algo de queso y yerba. Para ir tirando en la semana. En la Feria, un amigo, bajo el cobijo de mi paraguas, me contó que hay otra, en un lugar distante, en una ciudad que abruma, y todo es mercancía. Yo, elijo este espacio mío, y con mi perro miramos a través de la ventana caer la lluvia y lo que quedó del sauce después de la última tormenta.


Frutas

     Amanece. Pelo una de las naranjas que junté al anochecer. Tiene poca cáscara y es muy jugosa. Riquísima, como fruta del despertar. Un momento feliz, diría, aunque algo incomoda, un zumbido extraño que hiere los oídos, que hiere, lastima, lacera. La radio, imperceptible hace unos instantes, ahora, la siento, encendida de odio, estupideces y mentiras, repitiendo tapas de diarios de infiernos que no vendrán. Carezco de estómago para tanto. Pero nunca hay que olvidarse del enemigo, el verdadero, pienso. ¿Es así? No lo sé. El que sabe es mi estómago. Exprimo un limón. Desenchufo la radio. Pelo la segunda naranja, dispuesto a disfrutar, lo mejor posible, del día.


Gusanos

     Yo estaba arando, ahí, enfrente de la calle; y los de allá mataban y repartían la carne. A eso de las cinco de la tarde pasa el carnicero, y recuerdo que la colgué en un poste. Faltaba poco para dejar de arar. En una de esas miro para todos los costados y no estaba la carne. Y la Mama esperaba. Y lo veo al Gusano, un perro que teníamos, y veo la carne. Los dos juntos, encarnados. Agarré el hacha y de canto le pegué un golpe que lo dejé tirado para siempre. Giro así con el arado, y lo tapé con tierra. Esa noche, preocupada, tal vez, por si me aceptaban o no en la Academia, no dijo nada. Pero a la noche siguiente preguntó: ¿Qué habrá pasado con el Gusanito que no lo vi en todo el día? ¿Dónde estará? Y yo, en mí adentro (yo en ese tiempo era medio cruel), decía: Y… desapareció, como una mariposa.


Habladurías

     Como un hombre callado en el sitio de fuerzas habladas de vientos y nueces de árboles nuevos. En ellos, las hojas, movedizas, recurrentes, no se caen y lloran como campanillas.


Haití

     Pronto acabará el sufrimiento. Es el vaticinio con el que nos obsequian los testigos de dios. ¿Ninguno de nosotros sobrevivirá? ¿Dejaremos, por fin, de sentir la podredumbre de nuestros cuerpos? Yo sé que es cierto, que así será, que somos los maldecidos de los hacedores de la tierra. La vida ama a los ricos de toda ajena riqueza. El hogar, una fosa común.


Humos

     El humo de un cigarro me hace oír, tararea, el ruido de la gente al caminar, y le pega al teclado de la portátil. La cervical, un muñón deforme. El frío cala las rosas del olvido. Hay ruido de magia. El portón de calle se va abriendo, ahora, se va cerrando el portón. Entraron los duendes de la casa. Es hora de la  última pitada, es hora del cigarro que dejó antes de ingresar a terapia intensiva, cuando estaba vivo para otras cosas, y no tarareaba.


José María

     Mi abuelo perdió una pierna. Luego, la otra. En honor a él llevo su nombre. En honor a él camino por este pueblo que lo cobijó como si fuese el suyo. Algunos piensan que soy sus piernas; otros, imaginan una silla de ruedas en el rincón más oscuro de mi habitación.


Kafka

     Tenía el pelo ondulado y una sonrisa arrugada. Miraba las cosas del mundo con ojos tentados por el espíritu vano del olvido. En las horas libres, en las que aún resuena el barullo de la plaza, anotaba en cuadernos la evolución de la ciudad de mandamientos perennes. En los días odiosos, se cortaba las uñas y la tristeza era un pañuelo anudado a lo más flaco de lo sobrio e indispensable de las tentaciones. En los días raros, la salud no bostezaba y el espíritu volvía a la sangre y caminaba. En los demás días, la oscuridad en el azote de las puertas cerradas.


La caverna

     La ciudad de la sensatez. La ciudad del sentido común. La ciudad de la belleza. Así la llamaban gran parte de sus habitantes (otros, muy pocos, ombligueaban complacientes el ni de la apariencia). No eran necesarios, entonces, psiquiátricos y hospitales, y los borraron con topadoras y máquinas de extrañas siglas. Dejaron solo algunos escombros en sitios estratégicos y los pintaron del color del sol.


La comida frugal

     Había trenes, no todos los días. Dos de ida y dos de vuelta. No sé qué días. Los pobladores iban a proveerse de diarios y revistas. Además traían en el furgón tomates, papas, batatas, zapallos, formas de felicidad. Un día iba solo a caballo, en el picasso, y yo era un aficionado a la uva. Me compré un cajón de cinco kilos. A un peso veinte el cajón. Yo iba en el picasso, iba al tranco comiendo la uva, hasta que me harté, y el resto del cajón llegó hasta la casa. No sé cuántos kilos de uva comí. Había de dos clases: doradas y negras. Esta era negra. El picasso al tranco, el cajón en el anca.


La noche en el amanecer

     La noche en el amanecer de las voces de los amigos. Sobre la mesa, los cubiertos manchados, colillas de cigarrillos en ceniceros de aljaba, papeles arrugados con el ADN de nuestra respiración, botellas traslúcidas impregnadas de nuestras bocas, un breve susurro del perro que descansa encima del cemento coloreado de otras vidas. Las nuestras.


La palabra escrita

     En el peligro de este mundo, en la maraña más oscura, en los labios incansables, abres tus piernas y me devoras. 


La sala

     Entre tanto despojo, un potus. 


La verdadera historia de los Fantasmas del Caribe

     Conversaba con su sobretodo. Pero en verano estaba más solo que borcegos en piletas de azul cristalino en el country El Velero Indómito. La música la trajo de uno de sus viajes al norte; aunque nunca vio la película igual se hizo un tajo en la boca como el protagonista. Llegó el invierno, y el Boca Torcida nada pudo decirle al Sobretodo que no le quedó otra que cambiar de ropero. Ahí se encontró con la guitarra y formaron el dúo Los Fantasmas del Caribe (ahora sexteto), ya con varios éxitos en su haber.


La vida imaginaria de Martín Monasso

     ¿Alguien leyó La vida imaginaria de Martín Monasso? Es un libro que busco hace años. Visité las librerías que han estado a mi alcance, de viejo, de nuevos, de saldos. En estos últimos tiempos lo he perseguido por diferentes portales, y no he encontrado ninguna referencia. Esperen un segundo, volveré a guglear “La vida imaginaria de Martín Monasso”, no recuerdo el autor… Lo más parecido que aparece es “La vida interior de Martin Frost”, una película dirigida por Paul Auster en 2007. No la vi aunque veo que está basada en su libro El libro de las ilusiones. Es un drama, y en apariencia una película pequeña. El libro de Auster trata sobre el descubrimiento de una serie de películas mudas de un tal Hector Mann. El protagonista se las ve todas y va percibiendo que hay una que se aleja de las demás y esa es “La vida interior de Martin Frost”. La que dirige Paul Auster. Novela y cine. Inspiración y molienda. Pasto y cemento. Tesis y ficción. Arte y amor. Me dieron ganas de ver la película, también de leer la novela. Soy un hombre apasionado de mis musas. Mejor espero que un día cualquiera y por razones del azar la den en cable y que para mi cumpleaños a alguien se le ocurra regalarme la novela. De las vidas posibles me encargo yo.


Lo único

     ¿Dónde estoy? ¿Qué hago en este lugar? Un fuerte dolor de cabeza confunde mi percepción de las cosas. ¿Cómo me llamo? ¿Tengo un nombre? ¿Qué vida corresponde a este cuerpo maltrecho, viejo? ¿Cuántos años sucedieron? ¿Veinticinco, cincuenta, una eternidad? ¿Qué hago yo aquí, ahora? El cielo se ve tan claro y oscuro, lo verde y lo seco abunda alrededor. Trato de tapar con mis manos la cara desconocida. Y pienso, en este preciso instante, pienso. Es lo único que puedo agradecer.


Los días más felices

     Beatles y Perón un solo corazón, vociferaba el tipo en Corrientes y Florida. No era argentino regresado de Europa. Un rubio cuarentón, vaya a saber uno de dónde carajo salió. Hartaba escucharlo. Se movía como al ritmo de un twist, con los brazos en alto y los dedos en V. La mayoría de nosotros hacía como que no existía y seguíamos parados sin siquiera mirarlo. Algunos idiotas se detenían y le hacían la fiesta y lo aplaudían y hasta cantaban con él, no solo ese cantito asqueroso, cantaban canciones en inglés, en un inglés perfecto con soreteadas sesentistas y la marcha desgraciada. Desgraciados de mierda, turistas que se creen dueños del mundo por mirar en el cine lo que supimos conseguir. Tenemos un país inmenso, todos los climas, ¿por qué no se van al Chaco, a Santiago del Estero, a Tucumán, a la puta que los parió? Bien lejos de todos nosotros. Negros mezclados con rubios drogadictos, todos peronistas. Y vienen a inundar nuestra Buenos Aires con sus olores inmundos. Qué nos espera a los hombres de buena voluntad. Ver el incendio. Verlos arder, hacerlos ceniza, pero son como cucarachas, vuelven. Vuelven. 


Madre de toda invención

     –Hijito, ¿cómo era yo cuando era joven? 


Margaritas

     Estamos en la cocina. Mira viejas fotos y sonríe. Le convido un mate y cariñosamente dice que después, que ahora está caminando por calles reconocidas. Tomo el mate que le convidara y sigo leyendo el libro que dejé sobre la mesa. Es un libro de poemas de un amigo de Buenos Aires. Tiene un nombre de mujer el libro de mi amigo. Pero no es el tuyo, le escucho decir. No, no es tu nombre que se repite una y otra vez. Tendré que deshojar la margarita como ella deshoja las fotos que sacamos hace apenas un rato de una caja de zapatos.


Más allá

     En el instante de vernos a los ojos la máquina apaga su luz y caen los cerebros en el fango de la distancia. La mujer en un hogar extranjero. La página en blanco que vomita tu sonrisa. No estás. Y extraviado en el mundo, agito esa ausencia indestructible, mintiéndome, más allá del bien y del mal, más allá de la voluntad del poder, más allá del perro que muerde la piedra. 


Matracas

     Algunos poetas beben el vino de la abundancia. Su origen nada importa. Adoran la pestilencia del mercado. Hacen del mundo su hogar y le dan vueltas y vueltas… La existencia del ser es un territorio dramático de donde aferrarse y lo sufren para las cámaras. Usan la máscara adecuada para cada situación que lo amerite. Descreen de la política. De la historia. De la filosofía. De su país. Del pensar que no sea “el pensar”. Nada saben del saber. Son eso, hacedores de hojalatas y mascarillas. Poetas matracas, hacen un carnaval de sus pedos. Existenciales y profundos.


Morrison, Van

     El hijo de la bailarina y el electricista dejó caer en el entonces su voz del venía improvisando. 
     En Irlanda los muchachos como vos construyen la inspiración a fuerza de trabajo y en el viajar con el saxofón a cuesta.
     Van los cielos con sus nubes, sus árboles, sus raíces, a encontrarse con la delicadeza de lo bello aquí.
     Van lunas en su danza azul, liberando el sonido, las hojas del devenir en el susurro de lo inesperado.
     Van las estrellas, sus glorias. 
     En el cabizbajo mundo de la suerte echada 
está la mañana. 


Mungo Dorset

     En septiembre de 1974 mi padre me lleva por primera vez a Inglaterra. Tenía que hacer un trabajo de un par de meses para una empresa cuya sede se encontraba, curiosamente, en Ashford. Desde 1968 era muy amigo de Ray Jerry, así que no fue nada extraño que paráramos en su casa de Bournemouth. Yo era muy chico y apenas hablaba inglés, pero Ray tuvo la paciencia de contarme las bellas historias de su tiempo en la Buena Tierra. El tipo me caía muy bien, entre otras cosas, porque tenía los dientes separados como yo. Raymond me enseñó a reír en público mostrando los dientes. La gracia de su vieja Fender, en tiempos malos, en tiempos buenos, me acompaña en los veranos.


Música de jazz

     Las sillas del jardín inclinadas sobre la mesa. Piedras y arbustos, una maceta caída, vacía. En la pérgola, la parra colmada de racimos de no-amanecer. La lluvia aún no cesó, pero es leve, fina, tan fina que acaricia como música de jazz las chapas del techo. El interior es el exterior de mis cosas. El vidrio, apenas humedecido, mi rostro.


Oymyakon

     Hay agua sobre el escritorio en estado líquido. ¿Resto de una mateada? Es posible. Todo el mundo apoya vasos y botellas, lágrimas que contuvieron durante la noche y pasean junto al nuevo amanecer. No pongo en tela de juicio la mateada, aunque siempre toma solo en las horas en que puede estar solo. En las otras, con cualquier excusa dice que tiene que caminar por el jardín, estirar las piernas, elongar, llevar los brazos lo más cerca posible del cielo. No te mates, le gritan. Vení, hay un verdolaga que entibia. 
     Ellos nada saben de este inmenso escalofrío a siete mil kilómetros de Moscú.


Parodia

     Desprestigiar las luces aparentes.
     Desarticular las decisiones opuestas.
     Sentir la explicación en el estómago de la serpiente.


Pescado

     Saltó de la pecera. Y cayó sobre el piso de cemento. Pasó de pez a pescado. Para nada rabioso.


Piedra fumada

     Una pieza de tractor que escupe piedras al cielo de los dioses muertos. Solo como el primer hombre, sola como la primera mujer. En el árbol de la piadosa mentira caen manzanas agusanadas de ojos que miran por nosotros, que ven un rosario de palabras en ideogramas de locos chinos que no se fuman, salvo en noches de estrellas llenas. Salvo en días que no nacerán. 


Poetas de provincia

     Hay que romper la telaraña, hasta pagaría una edición impresa, negra, bien maldita y a todo lujo. Necesito creer que la mayoría de los antologados estará de acuerdo. Un batacazo, eso sería. Terminaríamos con el ninguneo y alegraríamos a más de un corazón, y alguno que otro “bum-bum-lalalala”. Tal vez, incluso, concluya esta modorra provincial que tanto bostezo nos deparó. Una mirada historiográfica nos da la razón, que como todos sabemos no siempre abunda.


Qué hay con búfalo

     ¿Qué hay con Búfalo? Creo que nada, salvo un rey que odia a los poetas mariquitas. “Hay que cazarlos”, suele bostezar su augusta majestad en reuniones de derecho de gracia. Yo estuve dispuesto a hacer justicia y en abril del 66 crucé la frontera de Canadá. Stephen y Neil conocían mi plan y me contrataron como panderista, quizás puedan escucharme en un crudo en el Whisky A Go Go. Nunca me convocaron a las sesiones de grabación, si bien participé hasta la disolución allá por el 68. Decían que el rock no era mi objetivo de vida.
     ¿Qué hay con Búfalo? Creo que nada, salvo un rey que odia a los poetas mariquitas. Se saca fotografías con una máscara de becerro y abomina de los fantasmas del camino.
     Es cierto, no pude matarlo, solo logré romper su cadera antes de las grandes lluvias. Cuando terminen, ya no estaré solo, y de vuelta en el camino partiré al África galopando como un búfalo en busca de la carne deseada. Y volveré a cantar junto a los viejos Springfield: 
     “Oh, larga vida feliz, larga muerte feliz, corre con mi bala en tu cráneo”.


Química

     En este 1971 que se inicia el adelanto tecnológico más importante para destruir a las guerrillas son los sensores eléctricos que estamos perfeccionando en Vietnam. El último furor, se espera, será la química.


Tatuajes

     La pensaba como a una diosa felina. Aunque en realidad era otra cosa, una verdadera zoología quebrada. Una gatita, en todo caso, tatuada en sus tetillas y en su trasero, con demasiados pocos años en su haber, y casi nada que decir. En vez de provocarnos, nos hacía divertir como suelen hacer esas chicas anarco-burguesas que muestran su plasticidad literaria a través de facebook.


Tos

El humo sube la escalera y nos atrapa en los peldaños del final. Cerramos los ojos y tapamos nuestras bocas. Tosemos palabras que en otra circunstancia no pronunciaríamos.


Un frío planeta

     Un mundo viejo me abraza en las mañanas, trato de no decepcionarlo y me levanto tambaleando, busco el pantalón y las zapatillas y cambio la remera por una estampada con la leyenda New World. Nunca decepciono a las antiguas generaciones. Ni a las que pintan las paredes de mi barrio con un Seco Moja. Es difícil creerlo. Sobre todo si la vida es un océano yerto cobijando la integridad de un frío planeta.


Un hermoso día

     Es un hermoso día. El sol, liviano, y la brisa, fresca, lenta, hacen bailar las ramas del sauce y del álamo y de las campanillas violetas abrigadoras de la calle del otro lado del muro de ladrillos. Ahora estoy solo, y bien, ni feliz ni triste, bien. ¿Quién sabe qué es bien? ¿Bien tiene de espalda al mal? Digo, cambio, pienso, ni bien ni mal. Estoy, aquí, en casa. La habito días y noches, como antes habitaba, otra casa, mía, nuestra, los nuestros del fue, otra vida. Ni feliz ni triste. Otra vida. No existe esa vida. Sí, una memoria, real, ficticia, daltónica, años demasiados, país caído a pedazos, antes, caído a pedazos, ese día, lágrimas, destrozado, en la fiesta de los dormidos, en el miedo y la desolación, en el después, hambrientos, estaqueados sobre la turba húmeda, seiscientos cuarenta y nueve, muertos, cientos en el dejarse, caer en el morir, olvido, frío, largo atardecer. 
     Es un hermoso día. El viento, flaco, hace flamear los árboles y las plantas y las flores. Hoy, en City Bell, en cualquier herida del país. 


Un tal Pettoruti

     Un día tuve un amigo que tenía un Pettoruti. Era su orgullo. Llegábamos a su casa, a pocas cuadras del centro de City Bell, y ahí reinaba, contundente y brilloso. Mi amigo nos hacía sentar en el sillón especial para observar, estudiar, analizar, el Pettoruti. Interrogaba acerca de la tela, yo la miraba, lo miraba a mi amigo, volvía a la pintura, y a mi amigo. Después de unos minutos le decía que era linda. Mi amigo cerraba los ojos y agachaba la cabeza. Ya en la cocina, con total parsimonia preparaba un té de hebras que traía en una bandeja de plata que dejaba en la mesa ratona. Sin azúcar. En esa casa no se conocía el azúcar, por lo menos para el té. Yo era el encargado de llenar las tazas. Mi amigo nos introducía en una ceremonia de espera, un poco larga eso sí, y contaba la historia de su tío Perico, en los suburbios de la ciudad, con el tal Pettoruti. Siempre decía lo mismo, y siempre me ocurría lo mismo. Al llegar a la palabra cubismo yo ya estaba completamente abismado. Las palabras se deshacían en un manto gris de sifones y otros objetos del cotidiano abundar. Me ponía a pensar que en esa casa escaseaba el vino, también los gatos. Nunca vi un gato, aunque a veces, cuando por necesidades elementales recurría a alguna otra habitación, encontraba en lugares visibles a la vista de cualquiera que pudiese ver, excremento de ratas. De a poco la fui juntando, llevé un frasco vacío y limpio de mermelada, y ahí deponía las varas negras. Llegué a juntar cerca de una decena de esos frascos de vidrio. Y los guardaba en el closet de la habitación que alquilaba en barrio El Ombú. 
     Una tarde, antes que mi amigo saliese de la universidad, entré a la casa, por la puerta trasera, y, con la cuchilla de cortar quesos y salames, destruí la tela. Salí por la puerta principal, y caminé, sediento, hacia el bar de calle 21. 


Un tipo orientado

     Esto fue por el año 1943 más o menos. Y todavía me pregunto cómo pude abrir esa puerta y en cómo perdí el sentido de la orientación. Yo que siempre fui un tipo orientado. Iba a visitar a Exaltación, un sábado, y el domingo tenía que ir al cuartel en Campo de Mayo. Así era la cosa, un amigo, compañero del Colegio San José de Rosario, del que seguramente habrán oído hablar, un tal Pagura; resulta que el susodicho trabajaba en una fábrica de muebles llamada Cavarossi, así nomás, con doble ese. Pagura vivía en pleno centro con otro muchacho, yo no llegué a ir a esa pensión porque trabajaba. Venía por la Nueve de Julio y ahí en Avenida de Mayo me cambiaba en lo de Pagura, y venía a City Bell. Esto era el sábado; al día siguiente, volvía; en ese tiempo estaba el Expreso Buenos Aires. Yo me cambio y Pagura me da la llave para que pudiera entrar. Voy a City Bell, hice todo lo que tenía que hacer, vuelvo, bajé, agarré la llave que me dio Pagura, y trato de abrir la puerta, y no abre. Una y otra vez intento, y la llave entra mal, no gira. Media hora intentando abrir y pensando de este amigo mío, Pagura, pienso de Pagura, este turro vaya a saber qué llave me dio. Media hora queriendo abrir, y pensando, y puteando por lo bajo. En una de esas llega un señor con la llave correcta, y abre. Subo al segundo piso y lo primero que veo al abrir la puerta, porque la puerta la abrí, veo, no sé… Salgo disparado, bajo, y me pongo a reflexionar en la entrada del edificio, para sacarme el tema de encima ¿viste?, y llego a la conclusión de que me equivoqué de entrada. Miré mejor y me ubiqué; abro la puerta, subo, vuelvo a abrir, y veo a Pagura que está durmiendo, ahora sí, entre sábanas inmaculadas. 


Una hermosa vida

     Me metí en el sueño de mi perro. Lo vengo haciendo desde antes que los árboles se acolcharan de sombras. Vi bolsas de Eukanuba. Caricias a la mañana y al atardecer. Una pelota de tenis que busca y trae algunos fines de semana. Un gato en zapatillas deportivas que siempre escapa por la medianera de las enamoradas. Inmensas y terrestres siestas al sol con pajaritos a sus anchas y a sus patas. Una hermosa vida de perro. Y no quise salir, pensando que sus sueños eran mejores que los míos.


Uñas y rajaduras

     Captaron rostro divino en una ecografía satelital, informan diarios del día que nada saben de rajaduras terrestres y torres caídas. Enciende la pantalla para interiorizarse del tema, está ansioso y corta sus uñas, las uñas de los pies. A partir de ahora, el tumor será extraído del manual de estilo digital. Los buenos operadores analizan la belleza posible de vender. El diagnostico, seguimos embarazados de la divina estupidez humana.


Viajes

     Esta mañana, al afeitarme, me hice un corte en el labio superior (lado izquierdo del espejo). Corrió sangre, mucha. Aún no me animé con la yugular.


Aprendizaje

     Cuando el Maestro cerró los ojos, 
el discípulo quedó ciego.


El contrato

     Debo leer cuentos y poemas. Demasiados. Es mi obligación del día de hoy. No dormí en toda la noche. El motivo era otro, no eran los poemas ni los relatos. Otro. Era. El motivo. Veo carpetas y fotocopias sobre la mesa, una montaña de papeles inauditos. Pero es mi vida la que está en juego. En el cruce de las calles 471 y 29, firmé con sangre el contrato. Y lo que se firma con sangre si no se cumple termina. Escribo estas palabras con un arma incrustada en mi sien. Debo leer cuentos y poemas y el día no podría presentarse más feliz.



EL FLAUTISTA DE CITY BELL     /   2009-2013


Almafuerte (01.11.11)     /    
Animales (03.02.12)     /     
Antes de irme a dormir (24.09.11)     /     
Árboles (17.06.11)     /     
Baldíos (20.01.10)     /     
Bendición (18.11.11)     /     
Calles (01.02.10)     /     
City Bell Again, Marianne Faithfull (03.09.11)     /     
Con Melville de paseo por City Bell (24.10.11)     /     
Correos (04.04.12)     /     
Cuento (05.08.12)     /     
De almendras y elefantes (29.10.11)     /     
Después del ACV (17.09.11)     /     
El arte de la pesca y el arte de abrir los ojos (21.12.11)     /     
El comensal festeja con amigos (20.05.12)     /     
El idiota (2009)     /     
El perro (2009)     /     
El solitario (2009)     /     
El tronar de las campanas (2009)     /     
Ella (03.04.12)     /     
Erik Satie en la antigua ciudad (13.09.12)     /     
Estufa (04.08.12)     /     
Ferias (28.04.12)     /     
Frutas (04.08.11)     /     
Gusanos (17.05.09)     /     
Habladurías (05.08.12)     /     
Haití (18.01.10)     /     
Humos (28.07.11)     /     
José María (26.05.11)     /     
Kafka (28.08.12)     /     
La caverna (02.08.11)     /     
La comida frugal (11.06.09)     /     
La noche en el amanecer (15.09.12)     /     
La palabra escrita (24.10.11)     /     
La sala (07.06.12)     /     
La verdadera historia de los fantasmas del caribe (23.09.11)     /     
La vida imaginaria de Martín Monasso (02.11.11)     /     
Lo único (20.03.12)     /     
Los días más felices (08.10.11)     /     
Madre de toda invención (11.11.11)     /     
Margaritas (04.04.09)     /     
Más allá (01.11.11)     /     
Matracas (06.03.12)     /     
Morrison, Van (31.08.12)     /     
Mungo Dorset (04.08.12)     /     
Música de jazz (19.01.10)     /     
Oymyakon (05.02.10)     /     
Parodia (29.08.12)     /     
Pescado (27.07.11)     /     
Piedra fumada (18.11.11)     /     
Poetas de provincia (04.02.10)     /     
Qué hay con búfalo (23.07.12)     /     
Química (2013)     /     
Tatuajes (02.02.10)     /     
Tos (31.03.12)     /     
Un frío planeta (21.03.12)     /     
Un hermoso día (02.04.12)     /     
Un tal Pettoruti (21.08.13)     /     
Un tipo orientado (28.02.09)     /     
Una hermosa vida (28.10.11)     /     
Uñas y rajaduras (09.11.11)     /     
Viajes (25.07.11)     /     
Aprendizaje (26.09.09)     /     
El contrato (28.09.11)     /     



ESTE ES EL LIBRO MÁS LINDO de José María. No sé si conviene comenzar con semejante confesión, no sé si quiera si conviene hacer confesiones, pero cuando una impresión de lectura es tan fulgurante, la mesura puede devenir en afectación. He leído, creo, todos los libros de José María, por eso sostengo este juicio, aunque me veo en la necesidad de defender el adjetivo. La palabra lindo adolece de imprecisión y hasta declina en cierta ternura diminutiva; es la forma, no obstante, que hoy día tenemos para calificar aquellos libros con los cuales logramos una intimidad. Leer es un esfuerzo; en este caso, para mí, fue un alivio. Creo —si no me pongo ya demasiado enfático— que José María encontró el tono de su poesía en El flautista. 
Desde la primera de estas artesanías, «Almafuerte», sentí que el libro podía tener mil páginas más, y que ninguna sobraría. Es una sensación infrecuente de lectura, pero cuando se siente se agradece, porque uno puede descansar en el libro, contar con él para el titánico propósito cotidiano de limar las asperezas de la vida. 
Dije artesanía y escucho tu voz, lector, que se pregunta ¿por qué artesanía? ¿Qué nombre le pondríamos a estos poemas? El de poemas no está mal, pero es tan general para el caso que se pierde lo distintivo. Otros poetas han tramado textos de la misma naturaleza, advertido el mismo problema y bautizado de distintas maneras. Baudelaire los llamó Le spleen de Paris. Ramos Sucre hizo, quizá, los mejores, y los llamó Trizas de papel. Severo Sarduy dio con un nombre que aludiera al modo en que surgían: epifanías. Esta diversidad, que apenas ventilo, quizá nos hable de sus virtudes.
No se ha escrito, aún, un texto que encaje perfectamente en un género. Los géneros son abstracciones, arquetipos ajenos a las obras concretas. Esta que laboró José María es, además, de las obras que menos se ajustan a alguno de ellos. Llamarlos poesía en prosa, cuentos poéticos, narrativa hiperbreve, revela más un requisito editorial que un menester de lectura. ¿Qué necesita saber un lector del libro que sostiene en sus manos? No querello contra los géneros (eso también ya es genérico), digo que este tipo de textos goza, aún, de una saludable disparidad del nombre. Está por llegar el libro que le acomode uno cuya certeza sea definitiva, y allí (no lo sé) quizá este tipo de texto poético, espontáneo y casi siempre fantástico, inicie el periplo hacia la canonización. Imagino que será un neologismo, porque los nombres actuales de la lengua española, parece, siguen sobrevolando el objeto sin poder sujetarlo. 

Fernando Alfón


 “EN EL FLAUTISTA DE CITY BELL, Pallaoro se instala en situaciones que pasarían inadvertidas para otros ojos pero los suyos, que saben mirar más, amplían el campo de visión y sus palabras son siempre una concentración de luces que despliegan la situación de la mirada”. ÁNGELA PRADELLI

“LAS IMÁGENES POÉTICAS y la condensación semántica llevan de la emoción a la denuncia, de la denuncia al humor, del humor a la melancolía... es un arcoiris de sensaciones, un recorrido de lectura que se semeja a la navegación sobre aguas serenas. El intertexto dialoga con el cine, con la música, con la literatura, ¡con los medios masivos de comunicación!, y además, el ritmo de la vida: de lo trascendente a lo cotidiano, de lo social a lo íntimo, de lo metafísico al estómago. Textos brevísimos a los que no los ganó la urgencia, y como ocurre con la buena minificción: espera la experiencia siempre nueva de la relectura”. MIRIAM CAIRO

“UN LIBRO PRECIOSO, variado, que yo llevaría conmigo, liviano a veces, sordo y profundo otras (como temas musicales). Una joyita (de género indefinido, o no reductible a un género, hay relatos cortos, casi aforismos y poemas en prosa, memorias autobiográficas o no, o falsas, o de verdad literaria).” ALFREDO FRESSIA

“EL FLAUTISTA… ME HACE PENSAR en La vida en los pliegues de Michaux, en los poemas de Espantapájaros de Girondo, pero más "rante", más cool, menos literalizados. El propósito es la libertad y la adjunción de temas que asaltan al poeta. Las menciones culturales (desde Jethro Tull a Coltrane, o Kafka, o ¡Van Morrison!, pasando por el humor, la ironía y la política) me tienen de aliado. El flautista… me llevó a la complicidad, una manera entre beat y tanguera de hablar de lo que me importa”. JORGE DANIEL PONCE

“EL FLAUTISTA… ZIGZAGUEA por muchos caminos (irónicos, fantásticos, surrealistas, humorísticos), es poesía, claro, casi todo el tiempo. Deriva por andariveles juguetones, locos, imaginativos, dislocados. Hay un disloque del lenguaje y del sentido, una aventura riesgosa que hay que correr o abandonarlo todo, ¿no, José María? Has dado un salto y no fue al vacío. Fue sin red pero caíste parado, artísticamente, como hacen los gatos”. RAÚL ORLANDO ARTOLA


El presente volumen, séptimo de la Colección “Mescolanza”, se terminó de imprimir en febrero de 2015.

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