lunes, 6 de diciembre de 2021

Son dos los que danzan


Son dos los que danzan


JOSÉ MARÍA PALLAORO
SON DOS LOS QUE DANZAN
(1999-2003)

Prólogos: Juan Octavio Prenz y Fernando Alfón

Segunda edición ampliada, 2012


Libros 
de la talita dorada



A Mario Porro, en el cielo
y a Néstor Mux, en la tierra.
Cielo y tierra: espacios 
donde habita la poesía.

A Elena, un día, un sol.


Tal vez es mucho todavía
lo que quiere ser cantado por mí:
todo lo que retumba silencioso
o lo que en la roca profunda se consume,
o lo que a través del humo se sospecha.
Aún no tengo mis cuentas claras
con el agua, con las llamas y el viento...
Quizás por ello mi sueño
me abra, de pronto, de par en par las puertas
y me guíe hacia la estrella del amanecer.

ANNA AJMÁTOVA


1. INTERIOR CON PÁJAROS

En el jardín, pájaros inocentes 
picotean el césped encendido

HORACIO NÚÑEZ WEST


¿Dentro o fuera de la casa?

Abro las cortinas
El amanecer
en el ventanal desnudo

Más allá
hojas que se abandonan
nutren

la descarnada alfombra
que picotean los pájaros


En el rojo dragón de la mesada

Un frasco
de compartido dulce
alberga
plantines de albahaca

Ella
toca
con sus dedos
las hojas
verdes

Las frota

dulcemente
el aire de agosto
en su mano
acaricia


Messiaen

Silbido de pájaros

La canasta
con seca madera
espera
el frío
del invierno

¿Habrá ceniza
cuidando
de la flor
que amamos

su raíz?


Sibelius

Un piano en el aire
de la casa

La música
quema
la leña brillante
de la estufa

Sentados
cada uno de nosotros
invoca
a su dios o no
dios

Unidos en la ceremonia


Colibrí

¿Dónde estás
que en las mañanas
hacías agitar
el aire?
¿Andarás
por otras
retamas

jazmines
de la lluvia?

¿Yacerás dormido
sobre el poema
que vibrará

al son
de tus alas?


El sol de una mejor oportunidad
                   (Nebbiera)

No soy pájaro
Pero en caso de tener alas
–por ejemplo–
en la lluvia de hoy

estaría acurrucado
junto a la compañera

refregándonos
con los picos
las plumas

los dos calentitos
esperando

el sol

de una mejor
oportunidad


Son dos los que danzan

No sé
por qué
si afuera llueve

elijo una música
diferente

En el adentro
los sonidos se besan

Son dos los que danzan


Nervaduras

Comen
de los nervios
de las hojas

Esos pájaros
ahuyentan
el viento

la desdicha
la razón
del no

vivir


Otra casa

De un cielo gris
con destellos
anaranjadamente
oscuros

los pájaros de la tarde
caen

vacíos
sin peso

como hojas
que sopla

la muerte

Quizás queriendo
otra casa


Otra oscuridad

Como un viajero
a su sombra
la sigo

No hay hambre
Sólo deseo

Cuando me pierdo
o ella se deshace
de mí

el pensamiento
deja de aventurar
conjeturas

y quedo solo
en mi otra oscuridad


El espíritu ligado

Hay regiones 
donde habita

El sonido 
de una armónica 
abraza 
la mañana

¿Hay despedidas?

No se despide 
quien 
         no 
              se 
                   va


La claridad

La claridad
de la ausencia
pesa y aturde

Silencio quebrado

Viento que no acaricia
 

Lunas

No me despojo
de todo cuanto 
quiero

Sino que
todo cuanto quiero
se despoja
de mí

Luna
que en la noche
callas


Para qué

Para qué dormir
si en sueños

el cielo es el cielo
la tierra es la tierra

y nosotros
dos pájaros

que se cruzan

y no se reconocen


Certezas

Sé que hay un pájaro
en tu mirar

Sé que en ese mirar
la dicha es luz

Además sé
que en vos
la dicha es

un pájaro
que no me ve


Mares

Hace tiempo
el mar
dejó de visitarme

Sin embargo
la arena persiste
en tus pies

desnudos y fríos


Aguas

La quietud del agua
se rompe
por la hoja caída

Un cuerpo
apenas sumergido

Ondas que llevan
a la otra orilla

la soledad del mundo


Saberes

Sé que soy
la garra en la puerta
de la jaula

y soy el pájaro
que se queda
en un rincón

sin querer salir


La enredadera

Las rejas desaparecen

Es indudable que ese jazmín crece
para recordarnos
que la belleza es
aún posible

Dentro de pocos días
sus flores perfumarán

la intimidad de esta habitación
donde consumo mis horas

en busca de un tesoro que no encuentro
y que no sé si existe


2. LA CLARIDAD

Escribir es ofrecer
desde el primer momento
la última palabra a otro.

ROLAND BARTHES


El poder

El poder de una palabra
no radica en la voluntad
de poder

decir aquello
que los demás
quieren escuchar

El poder de la palabra

es un certero golpe
en la cabeza del silencio

Y de esa cabeza
–estallada en el aire–
se arma el mundo

a imagen y semejanza


Nuestra pequeñez escrita

Ser uno
entre tantos otros

Pensar
nuestra pequeñez
como lo más importante
que nos pudo haber pasado


En el propio espejo

Palabras
que no invadan
al otro

Tan solo palabras
para mirarse
en el otro


Decires

Persiste la sensación 
no todo lo dicho es suficiente 

palabras que nacen prematuras 
muertas las convicciones de su decir 

antes de haberse encarnado en la piel

esa piel que se aja como papel húmedo de sol


La ciudad y las palabras

Dibuja palabras 
en un papel cuadriculado

Una ciudad con árboles y pájaros 
donde el pensamiento 
se expande 
como una línea en busca 
de la dirección perdida 

La ciudad perfecta 
tal vez nos conduzca 
–aún entre sus cuatro paredes– 
hacia el asombro 
o hacia el abismo


La última palabra

Una de las formas de la muerte 
este vivir desamando 
abrigado siempre 
en la última palabra


Todo lo contrario

Desenrollar las palabras 
para que el poema desensille 
y la claridad penetre en la oscuridad 
y viceversa


Los ojos

Cómo hacer para mirar
a los ojos del otro
y que entienda

Cómo hacer para que los ojos
del otro nos encuentren
y comprendamos


Escrituras

Escribo
sobre el charco
azul

          palabras

que se hacen
nube

          y lluvia


Los pájaros de nuestra memoria

Tal vez el poema sea
un campo dorado
a la espera
de la lluvia

Y del viento
que mece 
los árboles

donde descansan
los pájaros
de nuestra memoria


Manos

Convertiré mis manos
en hojas de fuego

para que vuelen

incendiaré la noche
con palabras


Foto rota

En ese fragmento no visible 
lo invisible 
derrota 
la imposibilidad 
de qué 

y ahí está la mañana común 
cielo oscuro 
que se hace sol


La búsqueda

Muy pocas veces
estuvo cerca
de hallarlo

Está oculto
en algún lugar
de la casa

entre libros
y palabras

y en contadas noches
en el silencio aparente de los objetos
junto a luces ahora dormidas
presiente

que un fugaz conocimiento
pareciera
revelarlo todo


3. AGUAS DE NUESTRA SED

Quien lanza barquitos de papel
lanza deseos. 

MARY SHELLEY


Aguas de nuestra sed

Ella acomoda los barquitos de papel sobre la mesa
Esos barquitos detenidos en el cómplice mirar
La tarde pasa 
para que las aguas de nuestra sed 
arrastren a los barquitos


Las alas del deseo

Ella es un pájaro que de noche vuela a lugares desconocidos
Lleva entre sus alas el sabor de los que la amaron durante el día
Viaja sola por temor a que la soledad la abandone

Ella se entrega a los brazos que la oscuridad le proporciona
Esos brazos la abrigan de la posibilidad cierta de la muerte
La muerte siempre la descubre amparada por la noche

A veces se detiene a beber agua de los arroyos quietos
Y un nombre que se dibuja en la momentánea transparencia del mundo
le recuerda que no todo lo escrito podrá ser leído


Al natural

Desnuda subes
la escalera de madera

Cierro los ojos
para perpetuar
la suavidad de tus pasos

El vaivén de tus pechos

Dejar afuera
–aunque más no sea
por esta noche–
la ciudad y la tristeza

Decidida te acurrucarás
a mi lado
en un instante

En el instante preciso
en el que el cielo
se abrirá
a la fiesta de los cuerpos

Al amor de los dos


Ella sabe

Sabe separar el árbol
del bosque

Ella oscurece
con su boca
el sol

Para nuestra dicha
pronto lloverá


Los pájaros de la vida

Sólo algunas estrellas guían
a la pequeña pasajera

que dentro de un soplo besará
al hombre
en la playa encendida

para que los pájaros de la vida
canten

canten
junto a tu pensamiento

que canta


Colores

No entiende de colores
confunde el encarnado con la lealtad
lo racional con la esperanza
          y la pureza con la obscenidad

No entiende de colores
          por eso pinta


Tarde de perros

Como si la tarde pasara por la sencilla razón
de que hay silencios que se hacen
los muertos

Como si los perros que duermen bajo el sol
ladraran en sus sueños
al desconocido

Como si nada quedara
Sólo la ceniza
que nos tuvo de testigo

Señales de mirarnos
Cómplices 

de un dolor que pena


Lo mejor de mí

Se fue 
y junto a ella 
lo mejor de mí

En la tierra y en la calma 
en la quietud del escenario 

la memoria hace su pausa 
da vuelta de página 
y nunca más 
y nunca más 
la inocencia


Música

En otros atardeceres
los cuerpos eran música

Separados o unidos

cuerpos que sin palabras
se eternizaban en esa escisión
en que la música
parecía detenerse

para empezar
otra vez
la rueda fugaz
de nuestra danza

Esa tarde y siempre


Sin poema

Estas palabras no pudieron cruzar el río
Se quedaron en la orilla 

esperando


4. NADA FUERA DE LUGAR

... y que sea lo que sea.

JORGE DREXLER


Árboles

El jardín es pequeño
y no hay lugar
para otro árbol

sin embargo saqué de la lata
la palta
que nos regaló
antes de partir

¿Qué hacer con ella
con nosotros?

Nuestras raíces tiemblan
desnudas

Cae la luz
y está
por llover


Mario Porro

La lluvia trajo
junto al cansancio
de la tarde

La noticia inesperada

Una soledad
infinita


Los muertos

¿Qué se hace con un muerto?
¿Se lo deja en casa?
¿Se le cierran
las ventanas y la puerta
de la habitación?
¿Se habla en voz
baja
para no despertarlo?

¿Se lo comienza a olvidar
para no sentir
culpa de su abandono?


Cara y Cruz

Dando la cara llegamos a la vida
con palmaditas en el culo
nos reciben

y de inmediato
nos revolean al aire
como a una moneda

por si una vez el azar
por si falla el juego
de la vida

pero la suerte sigue echada
y caemos siempre
irremediablemente cruz

Luego juntan
nuestros pedazos
Nos olvidan

en uno de esos lugares
oscuros y fríos


Nuestro verdadero rostro

¿Y si el día acariciara 
como brisa? 

¿Y si la dilatada llovizna 
–al repique asmático del silencio– 
masticara por esa única vez 
todo el cuerpo?

¿Vendrán 
bosques alucinados 
a intentar un nuevo reconocimiento?

Y si así fuera
¿tendremos el aliento 
de transitar libres 
la calle de la cercanía y del duelo 
para asirnos a los barrotes 
de la jaula de lo racional 
y en un grito 
encontrarnos 
con nuestro verdadero rostro?


Preguntas

¿No hay sol
para el desolado?

¿El desolado
no hace luz
desde su mirar?

¿En el mirar
del desolado
la luz
se transparenta
en claridad?

¿Desaparece la luz
para sólo ser
oscuridad?

¿Acaso
el desolado
tiene alergia
a la luz?


Lecturas

Enfrascado en la lectura de Proust
no llegó a percibir que desde el tren
los árboles eran lentos

ni cuando el muchacho cruzó el vagón
arrebatando a justos y pecadores
las cadenas de un oro imposible

para saltar sin tiempo
y violentamente perdido
hacia otras formas del mundo


Cantar a tientas

Hace una cantidad de años
se solía dejar ciegos a los canarios
para lograr en su canto
mayor belleza
–actitud típicamente humana
como cortar lenguas
cercenar gargantas–

Hoy las cosas no han mejorado
y los pájaros que aún sobreviven
cantan
a tientas
todo el tiempo

con señas desesperadas


La respuesta que uno intuye

Ella visitó la casa

A pesar de su partida está sentada
en el lugar más luminoso
contándonos acerca de la belleza del jardín
 
No quise interrumpir sus palabras
pero pensé preguntarle
si ha sido feliz
si lo es ahora

Ese tipo de preguntas que se suele dejar
para días de otro color

Interrogaciones que a veces
es preferible evitar
por temor a la respuesta


Memorias

Mi madre duerme

No sé si la lluvia
habitará su casa de hoy
o si nos encontrará
jugando en el jardín

La memoria detrás del sueño
nos cobija a los dos
mientras la lluvia cae

impedida de borrar
lo que no puede morir


Tesoro

Las ramitas verdes 
caen 
al dorado piso 
de la memoria


Ella dijo

Empujá la desdicha a un lado
porque para el dolor
siempre hay tiempo

y recordá
la vida
no es más que estos pedazos de nosotros
compartidos con los demás


La veleta

Me iré a dormir
esperando
al gallo cantor
con su voz
de nuevos vientos



1. PALLAORO: BÚSQUEDA Y DESCUBRIMIENTO

Por Juan Octavio Prenz

Hay cosas, fenómenos, etc., que nunca llegarán a la palabra, ya porque jamás tendrán un nombre, ya porque pertenecen a esa zona de la realidad que el hombre nunca llegará a percibir. Wittgenstein, tal vez el filósofo del lenguaje más apasionante del siglo XX, sostiene que todo aquello que llega a la palabra tiene que ser dicho claramente. Es la primera impresión que me asalta al encontrarme con Son dos los que danzan.  En Pallaoro la palabra cumple honestamente con esa primera misión que es la de designar, a partir de lo cual son posibles todas las variantes connotativas y sin la cual existe siempre el peligro del abismo o del caos. En el supermercado lingüístico en que se ha convertido nuestro mundo, el cuidado por la palabra de que hace gala Pallaoro no es habitual. Llaneza, que huye de la banalidad, palabra que es roca o miel, cuando el objeto a expresar así lo requiere, que hiere o enternece, su poesía quiere apuntar al blanco con la precisión de la flecha. No es gratuita esta figura; los textos de Pallaoro sacan al lector de su modorra, lo obligan a reflexionar, a plantearse su condición humana, sin que, por ello, lo desvíen de ese requisito elemental de la poesía en cuanto arte: el deleite estético. 

En el segundo de los ciclos de este poemario, “La claridad”, el autor nos desnuda su poética. No resisto a traer a colación aquí a Vasko Popa, para mí el más grande poeta europeo de los últimos cincuenta años entre cuantos he leído. Popa no ha concedido jamás una entrevista en toda su vida porque todo cuanto quería decir lo había dicho en sus textos y confesaba que la mejor poesía le parecía aquella a la cual no se le podía agregar ningún comentario. Me sucede un poco con los poemas de este segundo ciclo. ¿Qué agregar, por ejemplo, a “El poder de una palabra/no radica en la voluntad de poder//decir aquello/que los demás/quieren escuchar//El poder de la palabra//es un certero golpe/en la cabeza del silencio//Y de esa cabeza/–estallada en/ el aire–se arma el mundo//a imagen y semejanza?”. Nada, pues, de concesiones al lector o a la facilidad de ese discurso poético que tiende a la comodidad o pereza mental del destinatario; no, pues a la complicidad complaciente con lo ya sabido, sino al desafío que implica poner en tela de juicio nuestra visión del hombre y del mundo. O, ¿de qué modo glosar esta ubicación del hombre y del poeta en la realidad que aparece en versos como “Ser uno/entre tanto otros //Pensar/nuestra pequeñez/como lo más importante/que nos pudo haber pasado” o “Palabras /que no invadan/ al otro//Tan solo palabras/para mirarse/ en el otro”, o estos delicados versos que nos trae reminiscencias de Vicente Huidobro: “Escribo/ sobre el charco/azul//palabras//que se hacen nube//y lluvia”. O qué más decir de esta verdadera profesión de fe en la poesía, que Pallaoro considera su refugio en el mundo: “Convertiré mis manos/en hojas de fuego//para que vuelen//incendiaré la noche/con palabras”.

Quiero detenerme en una circunstancia que me parece emblemática. Como es fácil comprobar hay una palabra que constituye una verdadera inflación en el campo de la poesía, una especie de comodín, a menudo para delinear fronteras  o para simplificar algún problema de naturaleza poética. Esta palabra es sueño. Si mi pesquisa ha sido exacta, Pallaoro utiliza esta palabra solo en tres ocasiones, pero en una de ellas de un modo determinante. “Para qué dormir/ si en sueños//el cielo es el cielo/la tierra es la tierra//y nosotros/dos pájaros/que se cruzan/y no se reconocen”. Si, por un lado, parece proponernos la vigilia, por otro nos muestra una adhesión a la realidad cotidiana que convierte en sospechosa cualquier tentativa de evasión. Esto me permite sospechar que, para Pallaoro, la felicidad tiene otros caminos, ajenos a la fuga de la realidad y que arraigan en la confianza hacia el ser humano y en la posibilidad de construir un mundo mejor, a partir de  nuestra experiencia cotidiana. A favor de esta adhesión a la realidad, habla también su ciclo “Nada fuera de lugar”, donde el dolor, la ausencia, la muerte, el destino, encuentran su digna y considerada expresión.

El titulo de este último ciclo, aparte de constituir una definición de su modo de hacer poesía, me permite entrar en otra consideración. Ya en los años treinta (no ayer) se había acuñado el término posmodernismo y con él se preanunciaba la caducidad del endiosamiento del arte, la desmitificación de los héroes, el regreso a una realidad concreta, con el hombre libre, cotidiano, como gran protagonista y, en el campo artístico la sospecha acerca de los principios que animaban a las vanguardias. Como lo sabe el lector, el posmodernismo dista mucho de tener una definición homogénea e uniforme, de tal manera que, aplicado a un autor, solo podemos hablar de la presencia en su obra de algunos elementos definitorios. En el caso de Pallaoro, creo que estos elementos abundan.

Diría, por ultimo, que su poesía es también búsqueda y descubrimiento, enajenable experiencia humana, como se desprende de su poema “Colores”, donde podemos ver alguna reminiscencia de Gelman: “No entiende de colores/confunde el encarnado con la lealtad/lo racional con la esperanza/y la pureza con la obscenidad//No entiende de colores/por eso pinta”. Ningún paisaje es tal, antes de que la poesía nos lo haya descubierto. Es una idea de Cesare Pavese. 

Tal vez esto último sea el mejor corolario de cuanto hemos querido decir aquí. 

Buenos Aires-Mar del Plata, febrero de 2012.


2. JOSÉ MARÍA PALLAORO: LA BELLEZA ES POSIBLE

Por Fernando Alfón

El coronel Lucio V. Mansilla ingresó a las tolderías ranqueles en un caballo blanco, con una soberbia capa militar, un sombrero temerario y acariciando una afilada barba de patriarca. Pallaoro ofició de anfitrión en la presentación de un libro de Carlos Aprea, luciendo una camisa hawaiana azul, de cuyo escote asomaba una remera heavy metal negra, donde un esqueleto estampado punteaba una roja eléctrica guitarra. Mansilla tenía aquella tarde, algo de José María. Menciono la anécdota pues, para hablar de Pallaoro, no se puede prescindir del rock ni de sus fusiones estilísticas. Los versos que aquí se reeditan también llevan estampados esa guitarra. Hay melodía, pero también distorsión y ruido; hay fraseos metálicos; hay tumulto de percusión.

José María es de City Bell. No creo que se trate tanto de un paradero, como de un estado persistente de su alma. No es posible desadvertir, en su poesía, la relevancia de este lugar. Evito decir de esta ciudad, pues la City Bell de Pallaoro es la que se mete bien adentro, la que aún tiene parques dilatados, huertas informes y animales sueltos. «No soy un hombre de ciudad», le oí confesar. De aquí que los vocablos retama, colibrí, nervadura, lo habrán sorprendido en el patio de su casa, en los árboles matutinos, en la hiedra que cose algún ladrillo del macetón. No hay bucolismo, sin embargo, en sus versos, eso lo acomete quien mira la pradera con ojos extranjeros.

Siempre es posible sugerir un libro a partir de sus partes; las más sugestivas de este son expresiones como «bosques alucinados»; fragmentos como «agua de los arroyos quietos»; versos como «convertiré mis manos / en hojas de fuego». 

Pallaoro no cree en entes ideales, a la manera de Platón, sino en realidades más espesas y carnales, al estilo de Epicuro o de Lucrecio. Le gusta ver, oler, tocar; y sospecha que el mundo se compone esencialmente de materias; aunque, no bastándole la brutalidad, procura ascenderla al estado de materia bella:

Es indudable que ese jazmín crece
para recordarnos
que la belleza es
aún posible

En aquella presentación que mencioné, tan mansillesca, le oí decir: «Creo en la belleza, porque creo en la justicia». Esta sentencia amerita un comentario. Los entusiastas del l’art pour l’art encontraron que el arte era algo muy inofensivo, y juzgaron a la literatura como una práctica que, a modo de una suave caricia que se le hace a las cosas, dejaba inalterado al mundo. En las antípodas de esto, Sartre creyó que el mero hecho de referirse a las cosas las convierte en otras, pero creyó, sobre todo, que tanto dicen los silencios como las palabras. El modo en que Pallaoro escribe es un modo sartreano de intervenir en la literatura.

Son dos los que danzan ya ha sido publicado. La presente es una segunda edición aumentada y mejorada. No reviste mayor problema el atributo aumentada; el de mejorada, en cambio... ¿Qué significa que una obra mejore? En «El origen de la obra de arte», Heidegger refiere que la obra de Hölderling «aún está en víspera de ser afrontada por los alemanes»; es decir, había algo velado, aún, para sus contemporáneos. 

En esta concepción, los libros no mejoran; a lo sumo se descubren. De ser así, todo libro es una nave que se hunde, luego de haberse desgarrado. Nos queda el naufragio; y a menudo el cofre, aunque en la noche sumergida y profunda, disimulado por todos los céfiros con que los cubre el mar. Como todo cofre, su fortuna se deduce de la dimensión del naufragio; algo de su contenido ha sido vertido en este libro que aquí se reedita. 

La Plata, diciembre de 2010.
Nota: Prólogo escrito para una edición que no llegó a concretarse en 2010.


*
Nota del autor a la presente edición: Algunos de los poemas de la primera edición de Son dos los que danzan estaban (y lo siguen estando) dedicados a: Virginia y Ale, Elena, Irina, Gaby, Sonia y Pinino, Maite, Lou Andreas, Horacio Castillo.
Para esta segunda edición se han agregado 11 poemas que no pudieron ser incluidos en la primera (43 poemas) de 2005. Hay correcciones formales e incluye alguna versión distinta. Todos estos textos cancelan los anteriores. 

ANEXO I

DOS POEMAS

¡JOSÉ MARÍA, POETA!

Hay muchos puentes 
imaginarios 
que nos juntan 
para ver fluir 
la vida 
en el mundo 

Pero pocos 
que nos dejan 
saber 
como fluye 
un poema 
en nuestra sangre

Mario Porro (1921-2001). Inédito, 2001, posiblemente su último poema


CONVERSACIONES CON PALLAORO

Conversamos.
Como si todo el viento en contra del mundo
no hubiera podido terminar con el aliento
desvencijado que quedaba.

No se sabe si el caos personal se ordena.
Si la pena se ordena.
No hay certeza si se alcanza
la convicción de una nueva claridad.

No se acierta del todo si tiene
mayor significación discurrir
sobre la herramienta que pule a la poesía,
sobre la gracia que salpica un dibujo de Elena
o sobre las comunes maneras
con que se construye el jardín de nuestras casas.

Pero conversamos.
Como si se tratara de empezar de nuevo.
Como si se entreabriera una puerta inesperada
al extranjero agradecido.

Néstor Mux. En Papeles a consideración, 2004


ANEXO II
Algunos comentarios a la primera edición de Son dos los que danzan.

INÉS APREA
EL BAILE DE LA INVENCIÓN
Paso I
El poeta no es aquél que escribe poesía; el poeta es todo aquél que cae en la desgracia y el milagro de descubrir lo real, lo dado, como una interpelación, una pregunta que se formula frente a él mismo por medios que son extraños a toda lógica.
Un hombre no es incondicionalmente poeta. La poesía es, por definición, una escisión del hombre, una ruptura esencial de la condición humana. Las mujeres y los hombres que asumen esa ruptura, sobre todo aquellos que la usan para escribir, pueden aceptarla sin más, diciendo sencillamente "soy poeta". Pero también pueden revelarla sistemáticamente, con la infinita connotación. Este es el trabajo de aquél que en la poesía no encuentra alivios o certezas, sino tan sólo insomnios y tinieblas. Ellos empujan el poema, empujan a la voz para que diga su eterna herida, que es la herida de lo indecible, de lo inexplicable del mundo. De esta herida se abren los ríos de la poesía, los ríos caudalosos y desbordantes, o los arroyos menudos, que concluyen en el océano de la comunión humana.
Estos ríos se mueven por aquello que transportan; andan y ocupan sus corrientes por lo que arrastran y dejan, por lo que encuentran y llevan. Pero en su origen, la fuente de esa herida brota para anunciar lo invencible del silencio, lo inagotable de la muerte. Ella es la que impulsa al canto como una constante brazada, una fuerza brutal contra todo silencio y contra toda muerte.
Es por eso que el poeta es, ante todo, el que se enfrenta a una herida, el que descubre la ausencia de todo lo que persigue. Así aprende que la corriente no cesa, que deberá seguir aun sin municiones, desposeído de toda convicción, contra viento y marea.

Paso II
El poema es desbordante: todo lo que dice es cien veces más de lo quiere decir. Esa libertad de la poesía es a la vez su condición: en sus vertientes, ella arrastra y transporta aún lo que no quiere, aún lo que calla y desdeña. Las palabras son como las ondas, que pintan un río profundo y sereno, o un río saltarín y revoltoso. Pero hay olas mínimas, calmas y pacientes, que saben mover aguas inmensas. Así es como un pequeño libro puede abrir páginas innumerables.
Son dos los que danzan desnuda la crudeza del desamparo, celebra la orfandad como un terreno propio de la libertad. La intemperie de esos pájaros que "ahuyentan la desdicha”, es el cielo abierto a sus vuelos, aunque este cielo es también su condición inevitable como seres del aire. Así es como se enfrentan esos dos cuerpos que bailan en la inquietud poética: la verdad de la libertad, frente a la verdad de la finitud, del límite, de la condición. Ambas verdades constituyen lo necesario de toda creación, de todo acto que se concibe como experiencia vital.
La observación, como recurso del poeta, no desplaza la introspección, sino que la pone de manifiesto en la esencia misma del habla: exponiendo la mirada a lo externo, a lo ajeno, la búsqueda interior se incita como una perturbación de la lengua cotidiana, esa lengua común en la cual el objeto siempre está afuera, denotado, lejos de las tinieblas de nuestros deseos profundos. La doble realidad de la creación se afirma en esos pájaros interiores, que mueven la lengua del poeta. Así el poeta trabaja con las alas propias de la poesía, aunque con ellas debe surcar el cielo preciso de un lenguaje compartido.
La libertad de los pájaros proviene de su inocencia. El vuelo con el que los pájaros huyen es el movimiento que los salva de toda desdicha, de todo padecer; es un vuelo inocente porque es inocuo. Esa libertad de lo que circunda al poeta se asocia a la evocación de una ingenuidad que en la palabra misma se revela como imposible. El poeta que persigue a los pájaros sabe que su libertad no es inocente, que su vuelo no es incondicional: incluso la intimidad tiene circunstancias precisas, que son las propias circunstancias que la perturban. Pero el poeta sabe que todo lo que perturba puede ser ritmo, que todo lo que invade puede ser sustancia musical.
Aún en la inocencia hay algo que opera, que se ejerce sobre el mundo; un movimiento que puede captar la poesía, en la medida en que ella no está para enunciar ese movimiento en su lógica sino tan sólo como puro movimiento: en sus ritmos, en sus saltos y sobresaltos, en sus detenciones y prolongaciones.
Pero además, la inocencia en estado puro únicamente existe como ausencia de deseo. En ella no está presente lo que se ama, lo que se ansía y se busca, porque la presencia de todo esto quiebra toda inocuidad. Cuando dice José María "¿habrá ceniza / cuidando / de la flor / que amamos / su raíz?" podemos saber que, en la medida en que somos la proyección de un deseo, estamos hechos también de lo perdido, también de la muerte: la vida encuentra su sentido sólo en la diferencia, sólo en esa interrupción que significa la muerte. La interrupción y la diferencia nos detienen sobre el movimiento de la vida. Para el poeta, la única certeza -paradojal en esencia-, es el fruto de su empeño sobre todo lo que desconoce, dado que la poesía no busca enunciar con la razón, sino decir con la cruda palabra. Las palabras son "el propio espejo", porque permiten "mirarse en el otro" con los sentidos posibles del lenguaje común. Pero la poesía no mira con inocencia, no busca un cándido reflejo, la poesía sopla la llama ardiente que guarda nuestro silencio, sopla con un viento que es en sí mismo violencia: "incendiaré la noche / con palabras". Violencia sobre el lenguaje, violencia sobre los infinitos candados de la belleza. Sin embargo, el poeta no es el que afirma la belleza, el que defiende su límpido territorio; sino el que emplea dientes y uñas para agujerear y descocer, para arrancar y rezurcir las vendas que la velan, tejiéndole un abrigo auténtico. Es por eso que no existe la belleza dentro o fuera de la poesía, como una campana de cristal que la misma poesía quisiera entonar con manos de guantes blancos. La belleza es algo que puede pasar entre la poesía. Dice el poeta que la única belleza posible es "un tesoro que no encuentro / y que no sé si existe". Frente a la oscuridad del miedo y la incertidumbre, la única lucidez está en quebrar el silencio. Pero aún el poema persiste en su pregunta, en su demanda: “¿No hay sol para el desolado?”. El hombre tiene la voz y la palabra porque no está solo, no está aislado de su condición social. ¿Será posible replegarse del mundo como el ermita sin que esto nos lleve a “cantar a tientas?”

Paso III
Los ríos de la poesía surcan el continente humano, de tal forma que es posible nadarlos y al fin, hallar puerto en tierras fértiles, donde brota el anhelo, o en francos desiertos, donde se extiende la desesperación como un gran manto de sequía. Pero el poeta no persigue esa afinidad, ese destino en el que su palabra germina. Los poemas son semillas en el viento, semillas que esta corriente conduce. Su fruto no será el mismo lejos del árbol originario. El encuentro con el poema, una vez que fue arrojado a los vientos, es la búsqueda de esa tierra donde sus sentidos penetren y nutran nuestra experiencia. Por eso, además de un modo poético de escribir, también hay un modo poético de leer: la poesía no quiere explicarnos el mundo, la poesía no nos dirá nada nuevo si de ella esperamos que nos informe, que nos remita a un tiempo y a un lugar accesible mediante el entendimiento. El lector debe enfrentarse a aquella misma desgracia y a aquel mismo milagro del poeta; he ahí su mutua complicidad, su intimidad profunda y auténtica.
José María me habló de su devoción por los pájaros, casi una obsesión, digamos, compatible con su lejanía de la urbe ruidosa. Lejos de ser un retiro sacerdotal, esa distancia arraiga su poética: la distancia de su poesía es la que hay entre una cultura de la velocidad, de la verborragia, de la urgencia; y una cultura de la observación, de la mirada que inquiere, que calla elípticamente, que pregunta al vacío sobre la razón de la palabra, que es, para el poeta, la razón del vivir.
Entre las líneas de sus poemas el silencio desborda, ciertamente como el cielo abierto antes del alba. Pero sólo esa desolación permite buscar la claridad en el propio canto, “y en un grito / encontrarnos / con nuestro verdadero rostro”; cantar, para amanecernos. El desamparo, la desolación, la intemperie del vuelo o la caída, tal vez sean las imágenes de una época precisa de nuestra historia. Una casa se ha perdido, se ha deshabitado, se ha demolido a fuerza de balas y bombardeos. Una casa ardió en la noche de nuestra historia. Pero la incertidumbre nos lleva a palpar lo cierto, a tantear nuestras heridas. Por naturaleza, hombres y mujeres de carne y hueso producen y padecen los tajos de la historia, pero esos tajos se hunden en la carne y en los huesos de la poesía. Ella arranca todo eso que la historia fija, eso que la historia estaciona en las vidas de las mujeres y los hombres. Arranca los "hechos" y los da vueltas, los marea, los sumerge en imparables torbellinos, sacude “los pájaros de nuestra memoria”, para llevarlos lejos, para que emprendan el vuelo de su destino. Tal vez sea por eso que no existe poesía sin historia, y recíprocamente, quizás una historia sin poesía no sea más que puro estancamiento.
Son dos los que danzan recupera el movimiento, el baile de la poesía, que nace de su canto. Sobre este canto, el amor y la muerte, la pasión y el fracaso, la dicha y el temor, se balancean juntos, tomados por la palabra. Esta danza rescata el pulso que se oculta en lo cotidiano, en esos tiempos y ritmos del vivir, en esos pasos que marcan el gran baile de la vida.
La poesía reinventa sistemáticamente la armonía; y al recrearla, revela movimientos que la historia sepulta al transformar la invención en tradición; y el descubrimiento en evolución. Tradición y evolución marcan la danza de la historia. La poesía incorpora el material de improvisación.
Es por eso que la única promesa, la única esperanza que la poesía tiene para darnos es lo que ella misma recrea incansablemente: no parar de bailar.
Blog Los ojos, La Plata, marzo de 2008.

IRINA BOGDASCHEVSKI
PROFUNDA Y MARAVILLOSA MELANCOLÍA
(…) El recurso metafísico de José Maria Pallaoro es la profunda y maravillosa melancolía que colorea intensamente el recuerdo desangelado de los vuelos que tanto añoran siempre los humanos. Eso le hace volver todo el tiempo a la imagen del pájaro, su “alter ego”, de ese ser frágil, pero libre de subir las alturas envidiables. Le hace sentir al poeta una admiración por las extrañas propiedades del tiempo: por su paso lento, muy lento o aceleradísimo según la envergadura de las alas. Y el poeta se estremece también al percibir con mayor agudeza que cualquier otro ser humano el pausado goteo de la entropía, que a pesar de todos los esfuerzos de la humanidad por aparentar que nada está sucediendo, sigue su paulatino trabajo destructivo.
La causa de todas estas emociones es siempre aquella que palpita en lo profundo de todo don poético: una sensibilidad excesiva con respecto a la vida, al amor, a la muerte.
En contratapa primera edición de Son dos los que danzan, 2005.

JUAN CARLOS MOISÉS
LA POESÍA NO CALLA
Los temas en la poesía de José María Pallaoro no son otros que los de la vida de una persona: el amor, la amistad, la soledad, el dolor, la memoria. Los lectores podemos entrar a su poesía como si lo hiciéramos en nuestra propia casa. Parece sencillo (“tan sólo palabras/ para mirarse en el otro”), pero en el nexo que son las palabras, que en el poema se proponen como parte de un encuentro, el recién llegado recibirá lo suyo al mismo tiempo que el poema demandará su aporte. Parece una verdad consabida, pero no lo es tanto cuando su filiación nos dice en rama de qué árbol echa brotes su poesía. La pequeñez, lo transitorio, que en su obra relativamente breve y acotada se hace búsqueda de lo duradero, sólo puede sostenerse cuando “son dos los que danzan”, como lo dice el título de su libro.
En la concepción poética de José María Pallaoro, el poema no tiene otro ritmo que el de la vida, ni otra respiración. Acaso por ello su poesía, que es cristalina, permite un abordaje franco, aun cuando los temas sean graves, de peso. Es de esa experiencia que participa el lector, de lo cándido a una sutileza frontal. Hacemos nuestra una especie de lucha entre la armonía que se revela en su mirada y la realidad que se disgrega ante ella. Sin lugar para la duda, sus poemas buscan restaurar, restañar heridas, reunir lo disperso, iluminar lo oscuro. El poema es parte de la esperanza. El poema hace lo suyo en la esperanza.
La poesía, en el registro de Pallaoro, ni es monotemática ni se tiñe de una sola tonalidad. No es todo alegría ni todo es tristeza, no es todo claridad ni todo es penumbra. Su estado de ánimo fluye en el poema, deja su impronta variadísima, como la vida misma. El poema se hace en el devenir, con las fluctuaciones de lo cotidiano y, lo que no es menor, con el temple del sentimiento. Contra la tendencia de ver en la poesía contemporánea al sentimiento en retirada, en sus poemas, bien dosificado, ocupa un lugar central. Y ese sentir, que participa de igual modo de la experiencia personal como de la experiencia social, no excluye la búsqueda de sentido, como una mano que busca a la otra en la oscuridad. No sólo que, como resulta obvio, Pallaoro cree en la poesía, sino que, sobre todo, cree en la poesía que cree. La poesía como arma contra el desamor y el olvido. La poesía, se dirá, esa especie de mapa de los sobrevivientes, también puede obrar contra el sinsentido.
La imagen del pájaro, a la vez que la idea de su figura polisémica, visitada por los poetas desde siempre, es convocada de lleno por su poesía. En lo fugaz de esa representación, con un tratamiento levemente aforístico y una adecuada dosificación de la brevedad, se devela sabiduría. Entre el pájaro y el poema, no sólo propone un punto de concurrencia sino también un modo de hacerlo. La vibración del poema, nos dice, es, debe ser, como el movimiento de las alas del colibrí: intensidad en lo más leve. Ante el peso de los acontecimientos de la vida, esa levedad se hace palabra. La levedad que conmueve también es el lugar desde donde se canta. El aire, lo inconsistente, donde esos pájaros adquieren realidad, también es, parece decir, una tierra propicia para ser, como una planta que pudiera crecer en lo desierto.
La poesía de Pallaoro no es ajena al ambiente natural que es la ciudad de La Plata y sus alrededores. La naturaleza se hace palabras para que las palabras puedan hacerse naturaleza. Pájaros, música, espacio, tiempo; dispersas, las imágenes se buscan y se resuelven para dar unidad al poema. El poema que va directo a la cosa, al objeto: sol, ventanal, árboles, hojas, lluvia, luna. Pero también mar, agua, memoria. No puede haber celebración, si no es en compañía. Toda su poesía parece ir a la búsqueda de un orden natural perdido.
Una selección cuidadosa de citas que anteceden muchos de sus poemas nos muestran la tradición de la poesía argentina y universal del siglo XX en la que se inscribe y abreva la poesía de Pallaoro. Del humanismo transparente de Raúl Gustavo Aguirre y de la renovadora invención verbal de Edgar Bailey a la lucidez militante de Juan Gelman y de Paco Urondo. Del dramatismo conceptual de Fernando Pessoa al desgarramiento visceral de Antonin Artaud. Poesía que se hace transparencia, crispación, por la necesidad de nombrar contra el olvido. Los sobrevivientes, nos dice Pallaoro, cantan como pueden pero no callan. Porque la poesía no calla.
Blog Los ojos, Sarmiento, Chubut, abril de 2008. 

JORGE ISAÍAS 
LA GARRA Y EL PÁJARO
Tiene razón mi amigo el poeta salteño Santiago Sylvester: "No hace falta un Platón que nos eche de la República, nos hemos ido solos”.
Cuando uno ve la cantidad de basura que se hace pasar por poesía hoy –y lo logra muchas veces– piensa que César Vallejo se murió de hambre y tristeza, uno tiende a pensar lo que sabe desde siempre: no existe el menor vestigio de justicia en este mundo, ni humana ni divina.
Ivonne Bordelois en un imperdible libro que se llama: “El país que nos habla” hace la puesta al día de todo los peligros que acechan no ya a nuestro idioma sino a la mera palabra humana, cito: “No es ya la norma hispánica obsoleta la que nos desfigura, sino la apetencia de parecer globales y actualizados y hablar de sales en vez de saldos o bien adoptar una chabacanería ilimitada que acaba por convertir un depósito de basura verbal en programas de televisión más exitosa, las letras de canciones más repetidas o las páginas más socorridas de las revistas amarillas de todo tipo. Y aquí otra vez Borges y su maravilloso estilo de enunciar el proyecto y la esperanza: Sabemos que el lenguaje es como la luna y tiene su hemisferio de sombras. Demasiado bien sabemos, pero no quisiéramos volverlo tan límpido como ese porvenir que es la mejor pasión de la tierra”. Por suerte el libro que hoy me ocupa está a salvo de estas prevenciones que consigné –no sin furia– más arriba. A José María Pallaoro le cabe la contundente exigencia de la gran Idea Villariño: “Un poema es un franco hecho sonoro –sonidos, timbres, estructura, ritmos–. O no es.”
(…) El pájaro-símbolo atraviesa fuertemente todo el libro, o casi. También lo es para nombrar a la dicha de la amada “que no lo ve”.
Irina Bogdaschevski certeramente consigna sobre la sensibilidad excesiva con respecto a la vida, al amor, a la muerte. Condición ineludible para no ser un mero escribidor de versos, de los que hoy abundan. Condición de poeta, que Pallaoro cumple con creces como ya lo había demostrado en su libro anterior Pájaros cubiertos de ceniza, precursor como vemos del símbolo que hoy nos ocupa. El autor puede ser asimilado a aquella afirmación de Maiacovsky: “Un poeta es cualquier hombre pero cualquier hombre no es un poeta”. Frase que Raúl González Tuñon gustaba repetir.
Rosario, otoño del 2006. Publicado en El espiniyo 04 otoño / invierno 2006.

CONCEPCIÓN BERTONE 
UN CERTERO GOLPE EN LA CABEZA DEL SILENCIO
En el poema titulado “Saberes”, de su libro Son dos los que danzan, José Maria Pallaoro dice: “sé que soy/ la garra en la puerta/ de la jaula/ y soy el pájaro/ que se queda/ en un rincón/ sin querer salir”. Ser el pájaro o la pantera de Rilke encerrados en la cabeza y el corazón, es la pura razón de la escritura, la única apertura de la reja. Desde allí escribe el poeta platense, desde ese sentimiento que el cuerpo reconoce como encierro y liberación, y que acepta con Barthes los “saberes” que son la condición de la escritura: “Saber que no escribimos para otro, que esas cosas que voy a escribir nunca harán que me ame quien yo amo, saber que la escritura no compensa nada, que no sublima nada, que está precisamente donde tú no estás”. Tal es su comienzo. Tal su finalidad. La entrega y el despojo de un poeta que trata de anteponer ante todo su don de amor en el hecho poético como en la vida y que por eso preexiste ese hecho poético, porque alguien lo varía en el estilo que está más allá de la literatura, pero estrechamente unido al ser que se es.
De allí deviene una palabra clarísima que se sumerge en su mitología personal, una palabra nítida en la que está todo ofrecido, entregado y tendido en la reticencia sin reticencias (poema Lunas). Y esa luna callada que no es para el poeta ni para nosotros una reminiscencia, ni un resabio de felicidad o dolor de algunos momentos, sino suya y nuestra noción de todas las lunas vividas que se funde con la noción de todas las lunas vividas por otros seres. Luna que deja de ser El símbolo de una percepción personal, de una noción particular, para convertirse en el símbolo de un símbolo. Esa silenciosa luna de Pallaoro se torna un significante aislado del idioma y caudal afectivo que se forma en su forma de relacionar las palabras, en esa “hipofìsica” de su palabra donde nos ubica en el tema, en la intimidad de su texto, en la textura de su ideología, en la ventura de su libertad. En ese lugar, vemos cómo sus recuerdos y sus vivencias confieren a su poesía su materia, mientras la ironía objetiva la visión poética, volviéndose un valor ético y estético, una vía y un aval de comunicabilidad. Y la figura retórica de la ironía, entendida como una postura de pensamiento que va desde el absurdo, como respuesta a la conciencia del vacío existencial, hasta el distanciamiento irónico del yo, en esa posibilidad que ofrece la palabra poética: “No entiende de colores/ confunde el encarnado con la lealtad/ lo racional con la esperanza/ y la pureza con la obscenidad/ No entiende de colores/ por eso pinta”. El deseo y el Eros hacen lo suyo. La muerte se revierte en otra vida. La herida deja su cicatriz. La piel la acepta. La hace suya. Así Pallaoro llega al concepto de Barthes: el texto es el texto, es el goce comprendiendo el propio cuerpo como escritura. Esta escritura suya que se sitúa en otra realidad, la que resultó de la experiencia del vacío que nos rodea; la realidad más verdadera que da vida al lenguaje y que se nutre de materia gris, del pensamiento: “para saltar sin tiempo/ y violentamente perdido/ hacia otras formas”. Hacia ese certero golpe en la cabeza del silencio.
La Guacha Revista de Poesía nº 29.

VIRGINIA FUENTE
LA EXPERIENCIA COMPARTIDA
En la poesía de Pallaoro se da el encuentro entre lo espiritual y lo prosaico: el hombre está presente en su existencia física y espiritual, su ser persona que experimenta el transcurrir de la vida y sus vicisitudes.
El yo lírico presente en los poemas siente y dice la experiencia de sus sensaciones. Observa el mundo y lo transita reconociendo la profundidad de las cosas: "en el rojo dragón de la mesada // un frasco // de compartido dulce // alberga // plantines de albahaca /// ella // toca// con sus dedos // las hojas // verdes...". La experiencia física, el encuentro sencillo y profundo, el momento capturado aparece con fuerza dándole densidad al transitar cotidiano de la vida. Otras veces también la metáfora y la comparación impregnan sus textos, cobran gran presencia y son ellas las que señalan el camino de la voz que habla en el poema. Voz que en ocasiones aparece acompañada: el poema narra una experiencia compartida, hace evidente la presencia de otro en el sentimiento que lo recorre y lo construye, el poema es una voz que declara su sentimiento de la vida: "Como si la tarde pasara por la sencilla razón // de que hay silencios que se hacen // los muertos" "nuestras raíces tiemblan // desnudas”, junto a otro que lo comparte, un vos o un nosotros en comunión con el yo lírico, en el encuentro amoroso pasional, amoroso filial, amoroso vital, finalmente. Son dos los que danzan, da cuenta de esta presencia, este reconocimiento de encuentro y comunión. Además, a veces también aparece la soledad o el desencuentro que da lugar a ella: el hombre solo ante la otra cara de la vida: ante la muerte o el desamparo que provoca un desencuentro, y se hace visible en la presentación de un momento, de un instante que sintetiza ese mundo que transita el yo lírico, mundo vital del poema: "la lluvia trajo / junto al cansancio / de la tarde / la noticia inesperada / una soledad infinita" (Mario Porro).
Blog Los ojos, La Plata, 2008. 

GABRIEL BÁÑEZ
AL NATURAL
Al natural, la poesía de José María Pallaoro revela la intensidad de la palabra en busca de pájaros para la memoria, alas para mejorar oportunidades, vuelos para dibujar la momentánea transparencia del mundo, silbidos de aves dentro o fuera de la memoria que es también casa y continente. En este tercer libro publicado, “Son dos los que danzan”, Pallaoro reafirma su mejor expresión lírica y lo hace con ímpetu, librando a los sentidos el desciframiento de un mensaje que se nutre de claridades, soles, saberes y colibríes. Junto a la naturaleza impostergable, el poeta anuda su palabra. Es simbiosis vital la que expresa y su canto anuncia un lenguaje sensible, en armonía y lealtad con la esencia de una poesía que también sabe medirse en rotundos silencios. (…) Bello libro. 
Diario El Día, La Plata, 6 de noviembre de 2005.

ROBERTO DÍAZ
(…) Su poesía, llena de ternura y melancolía, con un fraseo muy particular, habla de las cosas de todos los días, simplemente recreadas por un hombre con tantísima sensibilidad y música en las venas. (…)
Diario La Ciudad, Avellaneda, 14 de octubre de 2005.

SERGIO GIULIODIBARI
(…) Entre tanto libro de poesía en el cual se privilegia la dificultad de las palabras por sobre el contenido, la sencilla profundidad de "Son dos los que danzan" es una hermosa fuente de oxígeno. 
Blog Los ojos, 25/06/2006

SANTIAGO SYLVESTER
(…) De Son dos los que danzan rescato el lenguaje austero, preciso, y la puesta en claro del lado oscuro de las cosas diarias...
Blog Los ojos, 02/06/2008

DIEGO E. SUÁREZ
EN LA CABEZA DEL SILENCIO 
"El poder de una palabra/ no radica en la voluntad/ de poder/ decir aquello/ que los demás/ quieren escuchar// El poder de la palabra// es un certero golpe/ en la cabeza del silencio". Con esta claridad Pallaoro reflexiona acerca de las posibilidades de lo dicho y lo decible `que equivale a mentir’, y como prueba de hecho nos ofrece una poesía que no busca conformar ni contentar, sino conmover, movilizar, desacomodar, con una economía de recursos poco corriente. Con este fin, recurre, por ejemplo, al empleo de preguntas punzantes, preguntas-aguja que buscan sacarle la espina al silencio, pero que al fin y al cabo consiguen anestesiar la molestia con una molestia más intensa. Dichas interrogaciones pueden aparecer formuladas en forma explícita, como en "Los muertos": "¿Qué se hace con un muerto?/ ¿Se lo deja en casa?/ ¿Se le cierran/ las ventanas y la puerta/ de la habitación?/ (...) ¿Se lo comienza a olvidar/ para no sentir/ culpa de su abandono?"; y en otras oportunidades, ni siquiera es necesario desenvainar el interrogante, sobre todo cuando se está ante "La respuesta que uno intuye": "A pesar de su partida está/ sentada/ en el lugar más luminoso/ contándonos acerca de la belleza/ del jardín/ y de la suerte que tuvo con sus hijos// (...) No quise interrumpir sus palabras/ pero pensé preguntarle/ si ha sido feliz/ si lo es ahora// Ese tipo de preguntas que se suele dejar/ para días de otro color// Interrogaciones que a veces/ es preferible evitar/ por temor a la respuesta".
(…) también, el pájaro, omnipresente en la primera parte del libro, puede simbolizar elementos lúgubres e inquietantes ‘bate sus alas en un rincón "El cuervo" de Poe’; por eso, en el interior del libro aletean pájaros enjaulados, desdenes secretos que anidan en la mirada de lo deseado, como ocurre en "Certezas" (…)
Diario El Litoral, Santa Fe, sábado 5 de julio de 2008.


SON DOS LOS QUE DANZAN
(1999-2003)

1. 
Interior con pájaros

¿Dentro o fuera de la casa? (31.05.00)
En el rojo dragón de la mesada (2000)
Messiaen (1999)
Sibelius (1999)
Colibrí (1999)
El sol de una mejor oportunidad (28.07.99)
Son dos los que danzan (2000)
Nervaduras (08.02.00)
Otra casa (28.12.02)
Otra oscuridad (17.06.03)
El espíritu ligado (29.07.00)
La claridad (2000)
Lunas (2000)
Para qué (2000)
Certezas (2000)
Mares (2000)
Aguas (2000)
Saberes (1982, rev. 2000)
La enredadera (17.02.02)

2. 
La claridad

El poder (1999)
Nuestra pequeñez escrita (1999)
En el propio espejo (2000)
Decires (2000)
La ciudad y las palabras (2000)
La última palabra (2000)
Todo lo contrario (2000)
Los ojos (2000)
Escrituras (2000)
Los pájaros de nuestra memoria (2000)
Manos (2000)
Foto rota (2000)
La búsqueda (2000)

3. 
Aguas de nuestra sed

Aguas de nuestra sed (02.09.02)
Las alas del deseo (27.04.02)
Al natural (1991, rev. 1999)
Ella sabe (2000)
Los pájaros de la vida (2000)
Colores (1989)
Tarde de perros (03.04.02)
Lo mejor de mí (2000)
Música (01.08.02)
Sin poema (2002)

4. 
Nada fuera de lugar

Árboles (17.04.03)
Mario Porro (02.12.01)
Los muertos (03.12.01)
Cara y Cruz (01.08.99)
Nuestro verdadero rostro (1989, rev. 1999)
Preguntas (05.02)
Lecturas (30.10.02)
Cantar a tientas (07.99)
La respuesta que uno intuye (27.01.99)
Memorias (12.06.03)
Tesoro (01.11.02)
Ella dijo (09.08.99)
La veleta (1991, rev. 1999)

Anexo I
Dos poemas.

Anexo II
Comentarios a la primera edición de Son dos los que danzan.