JOSÉ MARÍA PALLAORO
LOS DESEOS SE DISFRAZAN DE VIENTO
Notas (Noviembre de 2021)
Inédito
I
La realidad de la razón
no es veraz
al menos en este caso
donde la opinión
se extrema en un monólogo
absurdo
La fuerza y el orgullo
arguyen en su conservadurismo
la lógica de la Ley
por vos escrita
Del cuerpo cae el velo y su designio
gotas que se pierden en la ranura del mosaico
¿El jardín nos invita? Es decir
acá en el Sur
en la casa de un familiar
en la esquina de las dos paredes
el pasto cobra la forma del engarce
y como buenos agricultores le damos de beber
nuestros jugos
*
En la arena de tus ojos
creo castillos
No es doloroso
La marea sube y rodea
esos espacios creados con las manos
La espuma se vuelve roja
y palpita junto a los arroyos
que nos dan de beber
y casi sacian
casi
porque es ahora
City Bell, 8 de noviembre
*
II
No recuerdo el tiempo en que ingresé a esta prisión
Yazgo solo en una pieza diminuta
Cuando duermo los desconocidos abandonan comida
y elementos para el aseo y un lápiz y un cuaderno de hojas blancas
que cubro de palabras y dejo cerca de la puerta
Cuando despierto veo el nuevo cuaderno, y un lápiz
que me permitirá, creo y deseo, escribir lo callado
¿Y si no me fuera permitido
decir las palabras que quisiera?
¿Las dejaría
en mi pensamiento
solas
abandonadas
sin sentido
sin voluntad de hacerse sombras
en la página?
Pide nada, o sea, pide en silencio lo que necesita
Ahora en su necesidad complacida se pone las medias equivocadas
Desde sus pies legibles crecen
sus piernas, sus muslos, sus pechos, sus ojos
Hermosa vos en el instante de las innecesarias palabras
Algunos de sus dichos
quisiera recordar, pensó
O lo dijo en una voz tan baja
y tan incomprensible
que apenas guardó
en un recóndito lugar de su cabeza
Ahí, en la que ahora se golpea
en el intento de que caiga
alguno de sus dichos
alguno de esos
que nunca la lastimaron
Lo miró como a un extraño
Sin embargo los últimos años
convivieron juntos
en la misma casa
sin espejos en que reflejarse
sin vislumbrar siquiera que son dos desconocidos
que no se aguardan
que no se esperan
que están ahí
uno dentro del otro
ocupando el mismo espacio
que siempre está vacío
Dormíamos en el oasis
Al despertar no te encontraba
Amanecía en una ciudad sin nombre
Caminaba sus calles
Visitaba lugares
Un parque
Una iglesia
Entraba
Y veía los bancos desiertos
Las velas sin luz
Dormíamos en el oasis
Y al despertar no te encontraba
*
Una muchacha de pocas palabras
elige comunicarse con las manos
con sus ojos de lis
(y con los dichosos besos
que siempre me regala
en fugaces encuentros)
City Bell, 19 de noviembre de 2021
*
III
Entro al auto y antes que subas, vos dejás algo en el piso y los veo, doradas uvas de sol, caen como la remera. Charlamos. Me contás de las semillas. Acerco mi mano y los acaricio, por debajo de la remera los acaricio, “seguí”, me decís, y sigo. Me mirás a los ojos y llevás tu mano a mi pierna. Me acariciás. Bajás el buzo, y te acercás, veo tu pelo, y te susurro, “todavía no”. “Es un sueño”, decís. “Está en vos que me quede o no”, decís. Y no digo nada, y te dejo hacer.
Un día, en un amanecer, ella lo fue a buscar. No lo conocía, es decir, tuvo un presentimiento. Algo ocurrió y todo lo que le interesaba se hizo presente y lo fue a buscar. Encendió el auto que había sido del abuelo, un Rambler Classic, con tres velocidades, que parecía nuevo a pesar de tener más años que ella. Ese auto nunca envejeció. Tomó algunas calles, primero de tierra y luego asfaltadas, y accedió a una ruta que no conocía. Cruzó la zona urbanizada, los campos cultivados, las montañas bajas, y llegó al mar. Caminó descalza por la playa. Faltaba poco para oscurecer. Vio una tienda no tan lejos. Al llegar entendió que la habían abandonado aunque encontró provisiones y agua en un bidón de leche. Bebió. Juntó ramas secas y piedras que colocó en círculo. Encendió un fuego y calentó sus manos en ese fuego. La noche agradable, plagada de estrellas. Cerró los ojos. Caminó por un pueblito que nunca envejecía. Y lo encontró. Sentado en un tronco seco parecía ser parte de ese pedazo de madera. No quiso acercarse. Abrió los ojos. Se llevó las manos tibias cerca de la boca. Esperó el amanecer.
*
-Una ensalada para mí. ¿Y para vos?
-Algo menos complicado.