lunes, 9 de agosto de 2021

Una mora horizontal


JOSÉ MARÍA PALLAORO / UNA MORA HORIZONTAL

 

City Bell, 11.05.11 / 10.10.11




 

Para aquella que es

la imagen verdadera

 

 

            La imagen verdadera (11.05.11)

 

            Las piernas heladas, y una melodía que zumba, zumba, zumba. Nadie toca la tapa del cielo, una luna perdida. Un maldito olor que sale de entre las piernas de un durazno dormido en la pileta de la cocina. En la casa el estío se eterniza, es la hora de anclar. Pero el espacio es limitado y hay una incesante negociación donde siempre se pierde. Bingo. Zumba. Bingo. Zumba. Turbulento fluir del tiempo. Ramas cortadas, afuera, secas y frías, como mis pies. Limpiar la estufa de cenizas, limpiar la casa de camelias blancas, despejar el lugar para dar cabida al cielo del otoño. Una manera de curarse, islas, donde lo que sana se desnuda, y se cubre y protege de la lana ancha del agua. Zumba. Se activa el sonido. Zumba. El obturador, zumba. Y al cerrar los ojos, la fotografía caracolea un camino, y a lo lejos se ve la mora y un patio donde poder encontrarse.

 

 

            Flujos (17.05.11)

 

            Velocidad de la muerte,

de tu no-decir.

 

Nada benigno rodeará el miedo

camuflado con sonrisas de leche y viento.

 

La escéptica noche

en el flujo de tus ojos ciegos.

 

Lo tangible, como ausencia abriga

el espesor del frío.

 

 

            Alimentos (23.05.11)

 

            En la noche, vals de sauce y álamos y enamoradas de los muros como ojos de búho o de gato. La máquina con sus destellos hace invisible la cajita vacía de yogurt. “Ando con las lamparitas bajas”. Y no tenía la menor idea. Después, besé la piedra dentro de la canasta con frutas secas y pensé no hay leche en la estufa hogar (la boca quemada se me hizo agua y até un hilo en el dedo para no olvidar otro otoño sin vos).

 

 

            Sontag (24.05.11)

 

            En el breve atardecer, la noche desnace al hijo. La lluvia cae salpicando las naranjas que aún no pude juntar. Hace frío en el galpón de los sueños, y a ella le agrada la fotografía perfecta del amor. Su nombre vibra lejos, como el negro cigarrillo que seguro se consume entre sus dedos. Hay un humo que se disipa junto al corte de luz involuntario. A oscuras, cierra los ojos y, en el hueco que dejó mi corazón extirpado hace más de seis años, ve nuestro atardecer mojado de jugos ilícitos.

 

 

            Gutenberg (25.05.11)

 

            En la expresión de sus ojos se refleja la mueca gris de todos estos años. Entre sus dientes percibe el ronroneo de un correo electrónico que nunca termina de enviar. No son días de pensamientos para libros fatigosos de poco más de ochenta páginas. El pensar, ¿alguna vez fue? En esa casa los mosaicos se mantuvieron fríos y sucios, abandonados a la buena del viento que jamás meció matas de lirio. Estamos solos; y el pensar, un mundo de otra galaxia.

 

 

            Cosas, 1(25.05.11)

 

            Tus ojos miran

Entre el cielo y la tierra

Demasiadas cosas

 

 

            Esa, única, tarde (03.06.11)

 

            Del otro lado desciende el sol, despacio, tibio. En el claroscuro del hogar, camina un aire íntimo a través de las vacías ventanas. Este. Noroeste. El lenguaje huele a naranjas y moras y voces que vendrán después. Hay un sentido. La joven, que mueve las manos en el espesor de una balada interminable de Leonard Cohen, no sabe aún que su fuerza, su belleza, respiran en sus ojos oscuros. La visita, para que no se congelen los ríos, acomoda la espalda en el sillón inagotable de pañuelos y carpetas. Bovary juega con una pelotita roja que una y otra vez derrota el viejo polvo de los escaparates de lectura (hay una fotografía no revelada). La cita como respuesta, el pensamiento de una felicidad que falta, intensa espera. Luego, el atardecer donde la luna parecía apagarse perpetuamente. Que parecía, sí. Iluminada de luna. Esa, única, tarde.

 

 

            La esquina del sol (05.06.11)

 

            ¿Has oído a Keith Jarrett alguna vez? Así me siento, como al comienzo de la primera parte del concierto de Colonia, el 24 de enero de 1975. Ya entenderás. Pero, ¿por qué no pensar que te acunaron con esa melodía?

 

¿Había balcón en tu departamento? Hace tanto tiempo que no sé. Ni de balcones, ni de flores, ni de mates a la orilla de la esquina del sol.

 

Los días pasan, muchísimos, y una cita sobre la que nada una pregunta sin decir se ahoga en otro equivocado piano que poco sabe de improvisaciones.

 

 

            Sin mí (06.06.11)

 

            Acobachado en la trifurca

del no nada esperar

el frío hace hueso

derrama cera

de extintas velas

 

bebe viento la bicicleta

en el alero

del primer piso

 

hace mucho hielo

en vasos rotos

 

para estar fuera

de tu corazón que

no duerme

 

conmigo.

 

 

            Tajos (08.06.11)

 

            Una fragancia violenta

cruzó la frontera del país

de nuestros cuerpos.

Calladita, se metió entre

las sábanas, y te susurró

a vos, y me susurró a mí,

y el polvo se abismó

dejando un tajo sin fin,

sin fin.

 

 

            Verde y rojo (18.06.11)

 

            Una manera de mirar el cielo es cerrando los ojos; y dejar, dejarse, en el verde y rojo océano, en el árbol enramado de sanguíneas vertientes, alocadas; y esperar, como un gato, un gato recién alimentado, el fértil ronroneo de tus cabellos.

 

 

            Acidia (20.06.11)

 

            Manejas el ardor, los ojos, toqueteando, el silencio disimulado. Vacío de contenido, tratas, una y otra vez, derrumbar lo que nunca se podrá.

Razones y cuestiones desde tu propia acidia; la inmundicia acuna, y bebes. Leer la verdad, leer en tus ojos la borra del café, y se enfría sobre la mesa, y asquea.

 

 

            Pez diamante (21.06.11)

 

            Camino descalzo sobre el fuego de las almas que me han abandonado.

 

Y tengo los pies fríos. Fríos, como el diamante indiferente de esas ánimas.

 

 

            Un final (25.06.11)

 

            Temprano más que tarde escuchaba una canción de Peter Hammill.

Ahora voy por la autopista La Plata – Buenos Aires, y la tarareo antes de ingresar al primer peaje.

Mi inglés se quedó en los huesos de Benito Lynch, aunque conozco la piel por haberla leído en algún número del Expreso o en un libro de letras de rock.
Es una bella historia.

Joni es profesora especializada en la poesía de William Carlos Williams y se le está venciendo, así lo canta el generador de invenciones, la fecha para ser mamá. Pasa el día corrigiendo cuadernos y carpetas, y en los ratos de la pura bondad milita en una agrupación social de base.

Brian no quiere surfear en las buenas vibraciones de Wilson, y le encantaría escribir poemas oscuros, misteriosos, conceptuales, como Nick Drake o Patti Smith. El pelo no lo lleva largo como años atrás y aún conserva la esperanza de ser un artista innovador y ecléctico. Lo vive intentando, siempre.

Pienso en la canción mientras trato de encontrar en algún bolsillo del vaquero un billete chico para seguir con buenos aires hacia un final que me gustaría fuese feliz.

 

 

            Cosas, 2 (05.07.11)

 

            Tus ojos miran

Entre el cielo y la tierra

Escasas cosas

 

 

            El sano juicio (08.08.11)

 

            Hemos crecido bajo el concepto de la devoración del héroe. Las enciclopedias en ese momento y lugar pasaron de moda y belleza. Comimos del carbón su quebradizo despojo, sembrados en pozos construidos por nuestros padres. No vimos, ni participamos del inicio del fuego. Las cenizas que quedaron, primigenias sustancias minerales, no se detuvieron jamás y permitieron reconstruir la historia a nuestra manera, a nuestro sano juicio.

 

 

            Ningún rocanrol (10.08.11)

 

            Sin destino de entrar a la cancha,

corro por la calle, y vuelvo a casa.

Con una gran pena y el corazón partido.

Es hora de tomar

la guitarra y riffear en la tarde.

 

Tararear tan

lejos del riachuelo

y de tus lentes oscuros;

soy mendigo

del poema sin caminos a mí.

 

Nena, ningún rocanrol podrá

salvar este día.

 

El siglo no parió

ningún buen rocanrol.

 

Oh, sí, una inmensa

pena y los lentes empañados

arden.

 

 

            Anoche (11.08.11)

 

            Y soñé con vos

Y cuando desperté

seguí soñando

 

 

            En la mecedora (12.08.11)


            Los fantasmas del día irrumpen en la casa de la que se está yendo. Revisan habitaciones, alacenas, escondrijos de la que nunca vendrá. Se miran, preocupados y temerosos de la respiración pasajera que cae sobre la alfombra como piedra de la mano. Luego, quedan solos, en la sala adormecida, observando el balanceo de la mecedora de caoba, con refuerzo lumbar y manchas de sangre, que poco a poco se va secando.

 

 

            Eso (23.08.11)

 

            Ahora que ya no está, los ojos se ponen tristes, y es mejor cerrarlos. Se puede llegar a creer que hay transmisión de pensamientos; pero los ojos, completamente oscuros, siguen tristes, y no somos perros ni forasteros del campo, y el sol desaparece y no nutre idea nueva ninguna; ahora que ya no está como ese hermoso rubí que se extravió, en la nada, en la nada.

 

 

            Pasión, lectura y discusión (26.08.11)

 

            En el naufragio de la ceremonia de los adictos se produce el fin de la saladita.

 

Puncha los ojos en la discusión de los oídos ciegos; y se pierde en ácidos besos el equilibrio.

 

Una vez en el suelo, el ruiseñor se hace noche. Desaparece el cansancio, alejado de todo saber.

 

 

            De las palabras (29.08.11)

 

            Como palabras muertas, donde el oscuro día se refleje. Palabras, muertas, como vapor que se disipa en cualquier rincón del mundo, como hombre de hielo disolviéndose bajo el caduco sol.

 

 

            Límites (31.08.11)


            En la vieja estación, a la hora de la bruma, pasa la soledad; va, solita, sin brisa, viento ni tempestades, hacia los cuatro extremos del mundo. Los sueños descansan en regresos y puntos de partida. Quietos y sueltos en su larga noche.

 

 

            El poema del sol (02.09.11)

 

            Hay otras explicaciones. Construir un sol, mirando el universo de los otros. Los niños del bien se recrean en campos asfaltados. Los niños, los simples niños, escriben el poema del sol en un universo de tierra, viento y luz, luz de la que aún no sabemos si está encendiéndose o apagándose.

 

 

            El amor no está en Roma (20.09.11)

 

            Está en cualquier ciudad del mundo. En donde los relojes no dan la hora exacta (la rota mirada de los ciegos hacedores de bibliotecas vacías). El amor nada en Roma como manchados azulejos en los baños de las estaciones de servicio. No, el amor no sabe de ciudades al revés, ni tiene el dinero suficiente para recorrer los bares y los cafés y patios literarios. Nada sabe el revés de la ciudad acerca del amor y la trama sigue echada como un perro muerto que se hace.

 

 

            Nueva Roma (20.09.11)

 

            Estruja el papel y lo arroja al río. A la deriva, flota.

Bosteza en el día y se estira y se hace barquito.

Cruza el camino trazado por la natural corriente esencial de cualquier vivir.

Llega al mar. Deja la ciudad de los eternos vagabundeos de viejos y pálidos estilos para ingresar de una buena vez en los ojos del otro, de los otros (que aún no se animan a viajar a Roma).

 

 

            La herida (22.09.11)

 

            La verdad es que no sé qué estaba haciendo en París. Lo único que recuerdo es que caminaba herido, y caminaba, caminaba… Un tren y catorce horas ya me alejaban de Roma. Y ahora en París, ¿puede haber algo más desagradable que la torre de Montparnasse?; y allí estoy, sangrando, en un piso cualquiera y sin una cámara en la mano. Y sin tus ojos que siempre miran por mí.

 

 

            Panadero del aire (23.09.11)

 

            Sueño y vuelo

con las palabras

del día.

 

 

            Piedras (25.09.11)


            Nada se puede quebrar. Las alas del pájaro moribundo en un rincón del jardín es la piedra del sacrificio que cayó de tus manos. ¿Volará esa piedra? ¿Golpeará la ventana de la habitación? ¿Dormirá entre las sábanas descompuestas de aquel extraño atardecer? La piedra-pájaro se quedará, quieta. Inútil cerrar los ojos imaginándola en la humedad de un trapecio que es solo memoria.

 

 

            Canción clara (26.09.11)

 

            Desde la edad de piedra y adoquines y cuartos vacíos de noches y olores, ando por la calle con un puñal a la cintura. Antes lo tenía apretando tu cuello del lado sin filo, y vos te reías, te reías y me gritabas dale, dale, dale. Los sin filo son los más peligrosos, y lo dejaba caer de punta al suelo de tierra. Lo recogías, ofuscada, y entonces lo veía chispear en tus ojos oscuros. Cerraba los míos y cuando los abría ya no estabas, salvo el puñal que escondía entre mis ropas. Después caminaba hacia tu otro mundo, sabiendo que nadie te escribirá una canción clara, evangélica y rosarina.

 

 

            Islas (01.10.11)

 

            Son las siete y media de la tarde y está por amanecer. Hay un vago zumbido de pájaros y los murciélagos salen de los rollos de las ventanas. Nada de lo que es, es lo que parece. Entramos en octubre como se entra a una cueva cavada a fuego en el hielo. Caminamos casi desnudos por la calle de los fresnos amarillos, el frío calcina y nos hace toser y apresurar el paso hacia el bar que ya está levantando las cortinas. Saludamos al dueño con un buenas noches, dispuestos a saborear el desayuno y la lectura de los diarios de mañana, sin más deseos que sembrar.

 

 

            69 El deseo también es la realidad (07.10.11)

 

            Llueve. El patio de la morocha golpea las chapas del galpón que guarda extraños papeles. Pocos saben de las palabras que acompañan las hojas de tamaños y colores di-versos, difíciles. Ahí está la clave, dice Gerry Mulligan, soplando un sonido ligero como galgo.

Llueve, mucho, torrencial de vos, y el sol sigue, distraído, como la morocha que mira el patio y las flores y un mar que brilla lejos.

 

 

            Desnudos (10.10.11)

 

            En el último día, unas horas antes de la partida, la mujer de zapatos rojos se los saca y los arroja a la pileta de aguas verdes y ramas y sapos gordos que flotan como náufragos. Vivió años en esa casa, tantos que ni recuerda la mañana en que la moralidad en el arte y otras ruborizaciones de temor similar parecía ser de otros, y ella, como una divinidad de un cielo imperfecto, caminaba descalza por el parque, sola, ante la mirada de los más curiosos, ante el corazón de los que no se animaron a desnudarse en la vida.

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