domingo, 30 de julio de 2023

Los deseos se disfrazan de viento





JOSÉ MARÍA PALLAORO


LOS DESEOS SE DISFRAZAN DE VIENTO
Notas (Noviembre de 2021) 


Inédito 





I

La realidad de la razón 
no es veraz 
al menos en este caso 
donde la opinión 
se extrema en un monólogo 
absurdo 
La fuerza y el orgullo 
arguyen en su conservadurismo 
la lógica de la Ley 
por vos escrita 


Del cuerpo cae el velo y su designio 
gotas que se pierden en la ranura del mosaico 


¿El jardín nos invita? Es decir 
acá en el Sur
en la casa de un familiar
en la esquina de las dos paredes
el pasto cobra la forma del engarce 
y como buenos agricultores le damos de beber 
nuestros jugos 

*

En la arena de tus ojos 
creo castillos 
No es doloroso 
La marea sube y rodea 
esos espacios creados con las manos 
La espuma se vuelve roja 
y palpita junto a los arroyos 
que nos dan de beber 
y casi sacian 
casi 
porque es ahora 

City Bell, 8 de noviembre

*

II

No recuerdo el tiempo en que ingresé a esta prisión 
Yazgo solo en una pieza diminuta 
Cuando duermo los desconocidos abandonan comida 
y elementos para el aseo y un lápiz y un cuaderno de hojas blancas 
que cubro de palabras y dejo cerca de la puerta 
Cuando despierto veo el nuevo cuaderno, y un lápiz 
que me permitirá, creo y deseo, escribir lo callado 


¿Y si no me fuera permitido 
decir las palabras que quisiera? 
¿Las dejaría 
en mi pensamiento 
solas
abandonadas
sin sentido
sin voluntad de hacerse sombras 
en la página? 


Pide nada, o sea, pide en silencio lo que necesita 
Ahora en su necesidad complacida se pone las medias equivocadas 
Desde sus pies legibles crecen 
sus piernas, sus muslos, sus pechos, sus ojos 
Hermosa vos en el instante de las innecesarias palabras 


Algunos de sus dichos 
quisiera recordar, pensó 
O lo dijo en una voz tan baja 
y tan incomprensible 
que apenas guardó  
en un recóndito lugar de su cabeza 
Ahí, en la que ahora se golpea 
en el intento de que caiga 
alguno de sus dichos 
alguno de esos 
que nunca la lastimaron 


Lo miró como a un extraño 
Sin embargo los últimos años 
convivieron juntos 
en la misma casa 
sin espejos en que reflejarse 
sin vislumbrar siquiera que son dos desconocidos 
que no se aguardan 
que no se esperan 
que están ahí 
uno dentro del otro 
ocupando el mismo espacio 
que siempre está vacío 


Dormíamos en el oasis 
Al despertar no te encontraba 
Amanecía en una ciudad sin nombre 
Caminaba sus calles 
Visitaba lugares 
Un parque 
Una iglesia 
Entraba 
Y veía los bancos desiertos 
Las velas sin luz 
Dormíamos en el oasis 
Y al despertar no te encontraba 

*


Una muchacha de pocas palabras 
elige comunicarse con las manos 
con sus ojos de lis 

(y con los dichosos besos 
que siempre me regala 
en fugaces encuentros) 

City Bell, 19 de noviembre de 2021

*

III

Entro al auto y antes que subas, vos dejás algo en el piso y los veo, doradas uvas de sol, caen como la remera. Charlamos. Me contás de las semillas. Acerco mi mano y los acaricio, por debajo de la remera los acaricio, “seguí”, me decís, y sigo. Me mirás a los ojos y llevás tu mano a mi pierna. Me acariciás. Bajás el buzo, y te acercás, veo tu pelo, y te susurro, “todavía no”. “Es un sueño”, decís. “Está en vos que me quede o no”, decís. Y no digo nada, y te dejo hacer. 


Un día, en un amanecer, ella lo fue a buscar. No lo conocía, es decir, tuvo un presentimiento. Algo ocurrió y todo lo que le interesaba se hizo presente y lo fue a buscar. Encendió el auto que había sido del abuelo, un Rambler Classic, con tres velocidades, que parecía nuevo a pesar de tener más años que ella. Ese auto nunca envejeció. Tomó algunas calles, primero de tierra y luego asfaltadas, y accedió a una ruta que no conocía. Cruzó la zona urbanizada, los campos cultivados, las montañas bajas, y llegó al mar. Caminó descalza por la playa. Faltaba poco para oscurecer. Vio una tienda no tan lejos. Al llegar entendió que la habían abandonado aunque encontró provisiones y agua en un bidón de leche. Bebió. Juntó ramas secas y piedras que colocó en círculo. Encendió un fuego y calentó sus manos en ese fuego. La noche agradable, plagada de estrellas. Cerró los ojos. Caminó por un pueblito que nunca envejecía. Y lo encontró. Sentado en un tronco seco parecía ser parte de ese pedazo de madera. No quiso acercarse. Abrió los ojos. Se llevó las manos tibias cerca de la boca. Esperó el amanecer. 

*

-Una ensalada para mí. ¿Y para vos? 
-Algo menos complicado. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario